24 de enero de 2008

El árbitro, entre el odio y la necesidad


El árbitro comúnmente, se nos ha presentado como ese ser malvado, arbitrario, e injusto; al cual muchas veces se le recarga la culpabilidad de la derrota de algún equipo; este siempre acierta en las decisiones que nos favorecen, pero en el momento que ejerce la ley en nuestra contra, es abucheado, chiflado, y siempre se le recuerda su "pobre madre".
El árbitro es símbolo de autoridad, de ley, de rectitud; por lo tanto, muchas veces va a actuar, defendiendo unos intereses, pero castigando a otros. El árbitro, se ha tomado como "la figura mala del partido", incluso se ha interpretado el color de su vestimenta, como signo de luto, muchos se preguntarán, ¿luto por quién?, es luto por él mismo, por su "desdichada" suerte de ser árbitro.
Sin embargo, muy pocos se han atrevido a reflexionar acerca de la importancia del árbitro en el fútbol, ese ser que siempre es abucheado, chiflado y hasta insultado, incluso antes de que salte a la cancha, es parte fundamental de este deporte, este en gran medida es el que controla y regula el partido en sí, es el que condiciona los ánimos de los jugadores, es quien previene y castiga; sin él los partidos serian diferentes, el tiempo lúdico encuentra una vía de conexión con el tiempo real a través de este personaje; el árbitro, con sus implementos básicos, como las tarjetas, y fundamentalmente el pito, es la persona que con un solo silbido, da el empujón definitivo para que el paso del mundo y el tiempo real, a un mundo y tiempo "irreal" comience; permitiendo la sustracción de la realidad y reincorporación a ésta.
El odio que se demuestra hacia el árbitro podría corresponder al hecho de que este es quien ejerce la norma, la ley, el castigo, la represión, etc., factores estos que pertenecen netamente al mundo de lo real, de lo cotidiano, de lo productivo, del afuera del estadio; mundo este que se pretende dejar atrás de la entrada al mismo.
El estadio como tal, podría entenderse como ese espacio físico, "sacralizado" dentro del cual se puede observar una gran cantidad de comportamientos, representaciones, simbologías y actos particulares en general, de las personas que a él acuden, actos estos que en la vida cotidiana o en cualquier lugar no son permitidos hacer ni se harían, esto nos remite entonces a pensar el estadio como un espacio donde lo "real" queda "aplazado" o interrumpido durante cierto intervalo de tiempo; podría entonces decirse que "La adhesión al fútbol, es una forma de evasión que atenta contra el acatamiento de la realidad y aleja al hincha del interés por las urgencias políticas y económicas que la realidad le reclama". En el afán de escapar de esa realidad política, económica, social, e ideológica, los hinchas acuden al estadio para apoyar a un equipo en particular, sin embargo lo que sucede en ese espacio, aparte del apoyo al equipo, gira alrededor de poder hacer lo que comúnmente no se hace, o como lo dice Roger Caillois a "actuar como sí" donde ese "actuar como sí" se ve reflejado en el hecho de hacer lo que no se es, de hacer lo "prohibido"; además estas condiciones hacen que el estadio igualmente se considere como un lugar de ocio, entendiendo este como el momento externo a lo productivo, al trabajo, a las obligaciones políticas o económicas, las cuales quedan relegadas al mundo del trabajo y de la obligatoriedad, donde el individuo busca ese elemento "faltante" para nivelarse emocional y físicamente, el cual en el mundo productivo no encuentra.
Esta búsqueda de esa nivelación, hace que ese "actuar como sí" se remita específicamente al mundo de lo lúdico o a un mundo "irreal", el cual podría ser el estadio, y el fútbol como tal, sin embargo de acuerdo a la búsqueda insaciable y necesaria de ese nivel optimo de relax, de ocio, se pretende que este esté marcado por permitir "el todo" de una manera tal que resulta incluso peligrosa, en la medida de que la búsqueda de la libertad, del esparcimiento y del permiso de hacer lo que en la "realidad" no se puede hacer, puede causar al mismo tiempo que esa ansiada y aheleada libertad se convierta en caos y desorden, y es precisamente en este punto donde el árbitro se encuentra en el dilema del odio y la necesidad del mismo, ya que durante esa experiencia de noventa minutos que dura un partido de fútbol, y que se puede ver como un momento sublime y propio para que la expresión del mundo de lo lúdico, lo no productivo, y lo "irreal" cobre mayor importancia y actuación, el papel o puesta en escena de estos factores, no va a ser completo, en el sentido de que el árbitro como representante de la ley, la norma, aspectos políticos, económicos y otros antes mentados, propios del mundo de "afuera" de lo "real", de lo productivo, están representados por este y traspasan las puertas del estadio para comenzar a interactuar en el mismo juego, donde supuestamente lo no productivo o "irreal" cobraría toda su fuerza.
Así pues, podemos ver como el árbitro se comporta como ese conector que no permite una desconexión completa con el mundo real o productivo; esto me llevaría a pensar y a analizar como durante un partido de fútbol, las agresiones verbales y en algunos casos físicas que le hacen a los árbitros, lo que están reflejando en si es el odio por no permitir que el ocio, la lúdica, lo "improductivo" y lo "irreal" se manifiesten en un cien por ciento, ya que siempre falta ese uno por ciento para completarse, y ese uno por ciento, sería el que establecería la diferencia entre un desligamiento completo de "la realidad" y un reconocimiento de un espacio como tal donde se puede actuar "como sí" pero con una conexión o un enlace entre lo productivo y lo improductivo.
A modo de comentario final y como reflexión a examinar las verdaderas significaciones y funciones que en el transcurso de la historia se le han dado a las cosas y a algunos individuos, quisiera presentar como Eduardo Galeano se refiere al árbitro, como un ser abominable, tirana, injusto, odiado, pero al final de cuentas necesario para el desarrollo del deporte del fútbol como tal.
"El árbitro es arbitrario por definición. Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.
Los Jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera. Solo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón s persigna antes de entrar, no bien se asoma ante la multitud que ruge.
Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamás lo aplauden.
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia se le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo todo el público recuerda su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan.
Durante más de un siglo el árbitro se vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores."

Quedaría abierta la discusión acerca de analizar el papel del árbitro en las dinámicas no solo del juego o deporte del fútbol, sino igualmente de los "árbitros" que en el orden de las dinámicas políticas, económicas, ideológicas, y otras propias del mundo social giran igualmente entre el odio y la necesidad, para basados en la teoría de los análisis de las dicotomías podamos ir interpretando las culturas en todos sus aspectos, los simbólicos, físicos, reales, irreales, culturales, etc.


Juan Fernando Rivera Gómez
Antropólogo - Universidad de Antioquia, Medellín

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