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Cuadro sin nombre (Walter Saavedra - Argentina)


A la pobreza digna del Barrio Los Pinares (180 y Estrada), a la canchita del Toti Saganías, a la Mar del Plata que me parió…



-¿Y qué nombre tiene el cuadro?- preguntó el Gordo Barrenechea cuando le fuimos a vender la rifa para las camisetas, mientras afilaba en la piedra lubricada un tremendo cuchillo cuya hoja brillaba en la penumbra de la carnicería. Afuera, enero ardía sobre la piel de la tarde. Los aguaciles volaban en zigzag como mensajeros de una lluvia inminente.

-No, todavía no tenemos nombre, don Barrenechea- titubeó el narigón Raúl, rascándose la entrepierna sin disimulo con las manos guardadas en los bolsillos.

-¿Cómo que no tienen nombre?- se alteró el Gordo, enarcando las cejas, empequeñeciendo los ojos, escupiendo el filo despostador e intimidatorio, concentrado como en un trance, sin mirarnos nunca, ignorándonos olímpicamente.

El ventilador de techo giraba su frenesí haciendo danzar los flecos metálicos de la cortina tipo Martona, mientras las moscas verdes zumbaban descaradamente sobre la media res que colgaba de un gancho oxidado. El Gordo dejó el cuchillo, manoteó un trapo rejilla mugriento, espantó las moscas con desgano, limpió la queresa, se secó el sudor de la frente y el cuello y se rajó un pedo largo y estruendoso.

-Uy, se desgarró el esfínter- me dijo al oído el Zurdo Rodríguez, muerto de la risa.

-¿Cómo que no tienen nombre?- insistió el Gordo bostezando tan exageradamente que hasta le pude advertir el sarro que le revocaba la parte posterior de los dientes, para agregar con esa voz violenta de trueno que estalla en la quietud del campo:

-Un cuadro tiene que tener nombre. Boca Juniors, por ejemplo...
-River Plate- agregó aprovechando una pausa el Zurdo.

-Independiente- se envalentonó el Loco Lima.

-La Academia Racing Club- gritó el Flaco Echezarreta.

-San Lorenzo de Almagro- se agitó el Sanjuanino Correa.

-Huracán, carajo- se emocionó el Pepe.

Vimos el filo del cuchillo relampagueando por encima de la cabeza del Gordo Barrenechea, para caer inmediatamente, vertical, sobre el cogote de un pollo macilento que yacía en la mesada de mármol, a un costado, cerca de la picadora de carne. Voló el trozo de ave haciendo una patética parábola y aterrizó sobre el aserrín, a mis pies. Los ojos cerrados para no contemplar, acaso, su nueva muerte; el pico entreabierto, dibujándole una irónica sonrisa.

Silencio de penal para ellos en la cancha nuestra. Chispeaba la mirada del Gordo, ahora sí puesta sobre nosotros, como carbón que inicia su combustión. Y siguió con su rapapolvo:

-¿Así que no tienen nombre? ¿El cuadro no tiene nombre? ¿Y me vienen a vender una rifa para comprar camisetas? ¿Camisetas para quién? Jueguen en cuero, mierda, -bramó sin soltar el cuchillo-, los ganglios inflamados, las sienes latiendo oleajes de sangre, la frente arrugada escurriendo chorros de transpiración.

El Pitufo Vergara huyó; el Zurdo se puso cárdeno; el Flaco Echezarreta, Correa, el Pepe y el Narigón Raúl, recularon; el Negro Pelé puchereaba; el Rusito Rabín le rezaba no sé a qué Dios, justamente él; Mandinga cruzaba las piernas para no mearse; el Loco Lima se reía estúpidamente; yo, pétreo. Y Barrenechea continuó descargando toda su furia sobre nosotros.

-Pendejos de mierda, ¿se creen que me van a sacar la plata? A mí, que me rompo el alma trabajando de seis de la mañana a diez de la noche todos los días, hasta los domingos, cuando ustedes van a jugar al fulbo y para qué, si encima pierden, porque ustedes siempre pierden y por goleada: cinco a cero, seis a dos, ocho a uno...¿O acaso Barrenechea vive en otro barrio?

No, Barrenechea vive en Los Pinares. Y se entera de todo. Barrenechea sabe que el arquero es un cagón, que los marcadores de punta no sirven ni para sacar un lateral, que el centrojás no para ni el colectivo, que el centrofóbal no le hace un gol a nadie. ¿Qué clase de centrofóbal es? ¿Eh?

El Loco Lima, que tiene dos o tres caramelos menos en el tarro, sacó pecho y mientras encendía un Particulares, tocado en su orgullo, dijo:

-Momento...Que yo el otro día hice dos goles. Y bien que le ganamos a los de Central Norte. Y usted sabe don Barrenechea que a ésos no se les gana así nomás.

-Y menos en la cancha de ellos- agregó el Negro Pelé.

-Y por cuatro a dos- se agrandó el Flaco.

-Y yo hice el tercero y mandé el centro para el cuarto- tiró de una el Sanjuanino.

-Y yo hice el cuarto y de chilena- adicionó el Narigón Raúl.

-Y yo le atajé un penal al sapo Giuliano, que juega en la Liga- rematé, estirando los brazos hacia el ángulo superior izquierdo de la carnicería, donde una araña se divertía con una mosca que zumbaba su agonía. Hubo un silencio infinito, de sepulcros, hasta que el vozarrón del Gordo lo partió en mil esquirlas.

-Resulta que a mi modesto negocio han entrado Valentím, Marzolini, Rattín, Menéndez y el tano Roma, entre otros. Vaya, vaya, qué honor para mí, -señores- se burló Barrenechea nombrando a algunos cracks del Boca campeón del sesenta y dos, que le ganó el torneo a River por dos puntos. Y continuó:

-Han llegado al lugar indicado. Aquí se vende la mejor carne de la zona. Vean qué buen vacío tiene Barrenechea. ¿Y qué me dicen de estas achuras? Miren que matambrito, qué asado. ¿Y este peceto? Y el pollo. Observen el pollo: alimentado a maíz en un criadero de Coronel Vidal. Carnicería Barrenechea, higiene y calidad.

El Gordo se ensañaba perversamente con nosotros que, avergonzados, humillados, deshonrados, degradados, nos mirábamos perplejos. Confieso que un par de veces mis ojos se desviaron hacia el cuchillo que estaba sobre el mármol, a una cuarta de la mano derecha del maldito.

El flaco Echezarreta me hizo un leve gesto con la cabeza, indicándome la calle. El Zurdo Rodríguez carraspeaba, incómodo. El sanjuanino Correa se miraba la punta de las Pampero, mientras el Rusito, el Pepe y el Narigón temblaban como atacados por una súbita epilepsia. Pelé, blanco. El Mandinga, finalmente, se había meado encima y el Loco Lima seguía sonriendo estúpidamente.

-Así que Valentím, Marzolini, Rattín, Menéndez y el tano Roma han llegado a la carnicería de Barrenechea. ¿Y vos quién sos? ¿Silvero o Simeone? ¿Y aquel no es Grillo? Ya sé: ése es Orlando. Y el que se rajó es Gonzalito, ¿no?. ¿Y Nardiello no vino, che? Ah, sí, ahí está. Elijan, nomás. Y no se hagan problemas por la plata. Acá, a los campeones, Barrenechea les hace precio- dijo el Gordo y soltó una carcajada tan volcánica que se espantaron las moscas verdes, mientras tomaba nuevamente el cuchillo y cortando el aire caliente en fetas prolijas, nos señalaba la puerta.

Escapó como espantado el Rusito Rabín. Detrás, encolumnados como si saliéra­mos a la cancha, el Zurdo, Correa, el Narigón Raúl, Echezarreta, el Pepe, el Negro Pelé, Mandinga y el Loco Lima. Yo cerraba la fila y a punto de atravesar los flecos metálicos de la cortina tipo Martona, la voz del Gordo Barrenechea me inmovilizó:

-Che, Roma, decime: ¿te adelantaste en el penal o Delem se cagó en las patas?

Le regalé mi mejor puteada y salí. Retumbó en mis orejas su estruendosa y sardónica risa, hasta que me perdí calle abajo. Llovía. Los aguaciles nunca se equivocan.

(extraído del excelente libro "Hambre de gol", un profundo agradecimiento a Walter por su generosidad y otro a la memoria de Fabián César Magliano (Bianfa) por la ilustración de este cuento)

1 comentario:

oscar dijo...

Juro que nunca me reí tanto mientras leía un cuento. Fantástico,excelente, destornillado y sutil. Recién paro de reir...