3 de enero de 2008

Canallas (Claudio Cherep - Argentina)


A Diego Fernández, centrojás de la militancia



-Eso es culpa de lo amargos de Centraaal. Esos hijos de un vagón de putas tienen la culpa. A mí no me lo sacan de la cabeza. Que querés con esa mugre. Me cago treinta mil veces en Poy, la paloma y la puta que lo parió. Y no sé cómo carajo el Poroto Saldaño se pudo poner alguna vez esa camiseta de mierdaaaa!!! Guachos. Turros. Eso es lo que son. Cagadores. Nacieron cagadores. ¿0 me vas a negar que nacieron cagadores? Si me lo negás sos tan hijo de puta como ellos. Porque vos sabes bien que son unos cagadores. Decímelo, ¿o té volviste light vos también?, ¡¡¡cagón de mierdaaa!!!
Así. 0 más o menos así, me despertó la madrugada del viernes una voz conocida, pero difícil de detectar desencajada y a las cinco de la mañana.
Yo francamente, no soy de levantarme temprano, pero ese día lo iba a hacer. Me había comprometido a ir al Iturraspe a dar sangre para la abuela del Marcelo Urbina, que se había caído en la bañera y le había quedado la cabeza marcada como mapa político de la nueva Unión Soviética. No le podía decir que no al Marcelo. La Nona era como una madre, porque lo había criado a él. Y justamente por haberlo acompañado a cuidar a la vieja (o a lo que quedaba de la vieja, porque, con total honestidad, por más que a la vieja le coloquen sangre azul, yo no sé si va a zafar de ésta), me había acostado tarde y sin tomar una gota de vino.
Si ni siquiera Julián Weich se puede sonreír habiéndose acostado a las 3, sin un trago y sabiendo que al otro día tiene que levantarse a las 6 para ir a dar sangre en ayunas, se imaginarán cómo estaba yo cuando esos gritos me retumbaron en el oído como la cabeza de Martillo Roldán después que Hagler le diera aquella paliza memorable.
-Quién mierda hablaba puta madre, ¿qué pasó?- balbuceé un insulto leve.
Y apenas se sintió correspondido, el fundamentalista la siguió.
-Encima vos te hacés el que no me conocés la voz, forro!!! Habla Víctor, pelotudo. Víctor Márchese. Si querés decime Víctor. Y si no, decíme “el tipo más pajero del mundo”, que para el caso es lo mismo. Rosario Centralll... Rosario Centralll, pero quién mierda se creen que son... Academia. Academia las pelotas. Academia de danzas clásicas pueden ser ésos, si son todos huecos. Gigante de Arroyito... Ayyy, el Gigante de Arroyito. Gigante de la poronga es ése.
Naturalmente que me despabilé en treinta segundos, miré el reloj, me incorporé en la cama para apoyar la nuca en el respaldo y sin hacer ningún análisis sociológico de la llamada, sin siquiera pensar que algún psiquiatra amigo podría haber resuelto el caso mejor que yo, le dije: -Víctor. Para un poco...-Ahhh. Y vos querés que pare. Vos también me querés cagar, hijo de puta. Esos son mis amigos
-No. Pará un poco porque yo no entie...-Pará, nada. Pará un poco nada. Cómo voy a parar un poco. ¿Qué soy, boludo, que tengo que parar un poco? Resulta que a mí los canallas hijos de una constelación de la Osa Mayor de putas me cagan la vida y el señor me pide que pare un poco...
-Paraaaaaaaá. Paraaá. Pará. Escúchame. Tenés dos hijos. No podés estar en pedo a las cinco de la matina de un viernes. Después te quejas si tu señora... -Mi ex señora...
-... si tu ex señora, carajo, no te los deja llevar. Que querés. Si vivís en pedo, hijo de puta. Pronto me di cuenta de que mi amigo no estaba borracho. Por el contrario, estaba increíblemente lúcido, fresco como una nochecita de agosto en Villa La Angostura y blasfemaba a conciencia. Casi un caso de demencia bilardiana o algo así, pensé. Una posesión demoníaca. Un ataque neurótico como quien escucha un CD de Cris Morena.
Y tenía más para decir.
-Sabes por qué son tan guanacos los de Central... sabes por qué “canallas” les queda justo como túnica a María Marta Serra Lima... ¿sabés por qué? ¿Sabés o no sabeeeés?
La respiración se le entrecortaba a mi amigo. Jadeaba como en un encontronazo amoroso con Lía Crucet. Gritaba.
-Mira Víctor, tu madre será una santa, pero vos sos un reverendo hijo de puta. Yo tengo que ir a dar sangre, dormí dos horas y no tengo por qué soportar a un mesiánico de mierda que me despierta para protestar contra Rosario Central. Por qué no vas a protestar a las marchas de los jubilados, la puta que te parió... Por mí te podés morir vos, Vesco, Bóveda, Cabral, Pascuttini, Teglia, Central y todos juntos mientras yo estoy durmiendo -le dije yo-, que empezaba a perder la paciencia.
Y entonces el tipo respiró mejor, equilibró su ritmo cardíaco como por arte de magia, hizo un silencio sabio como para pedir disculpas y relató.
-Anoche me fui a comer con mi primera esposa. Teníamos que arreglar todo el tema del divorcio de común acuerdo antes de que los “bogas” se queden con todo, Apareció bien vestida la guacha. Pintadita. Se puso un vestido abierto en la espalda, escotado, corto, que me hizo pensar “ésta quiere guerra de nuevo”. Pero nada más lejano, che. A los cinco minutos la tilinga mostró las uñas. Se quieren quedar hasta con la tapa del inodoro, se quiere quedar. ¿Y querés más? Encima, impide que le pague por los chicos como si fueran la Zulemita y el Aíto de la Rúa. Y sabes para qué quiere la guita, ¿sabés para qué la quiere? La quiere para gastársela en la Peluquería.
Para salir con las turras de las amigas. Pero eso es por esos hijos de una gran puta de Rosario Central. No es por otra cosa. Me pidió 400 pesos por cada chico. Y de dónde voy a sacar yo esa guita, de dónde. Además los malcría. Si va al teatro no te va a sacar tertulia la guacha. Ahh, no. La señora no va a tertulia. Palco o nada. Y zapatillas... zapatillas no pueden ser de lona, como la que usábamos nosotros, tienen que ser esas de esquiadores. Me podés explicar para qué mierda quiere en Santa Fe, donde hace 45 grados a la sombra de un ombú, esas zapatillas que usó el Turco Borlle para subir al Volcán Lanín. Déjate de joder. Rosario Centrallll... Rosario Centralll... Hijos de puta. Dos bocados comí. Dos bocados y no pude tragar más nada. Pero eso sí, me cobraron como si hubiera ido a cenar en los jardines del Palacio de Buckingham. Para colmo, la miserable de mi ex, que cuando estábamos juntos le comía el queso a la trampera de los ratones, sabes que pidió, ¿sabes qué pidió? Pidió una copa de camarones que en su vida había comido.
Daba asco ver los bichos esos, bigotudos como mi suegra, nadando en una salsa calamitosa. Náuseas daba. Y ella los saboreaba y me miraba por arriba de ese lunar, porque, la verdad, ese lunar... cuando le miro ese lunar todavía me calienta... me miraba y movía la boca... ya sabes como la movía...
Por eso te digo que la culpa es de los recontra vigilantes de Central. De esa lacra rosarina engreída y alcahueta.
Porque para completarla, cuando salí, me habían llevado el auto los del CES, que no me extrañaría que estén entongados con mi ex. Porque yo no lo había dejado en las líneas amarillas.
Ni loco lo dejo en esas rayas amarillas que con el pavimento azul me hacen acordar a los guanacos de Rosario Central. Yo había estacionado como se debe. Y cómo mierda no vi la grúa. Si tiene que haber pasado delante nuestro. Cómo no la vi por la ventana. ¿O habrá sido esa atorranta que la vio y no me dijo nada? Seguro fue ella.
Y yo me tuve que ir en taxi hasta 27 de Febrero. Y ahí la rematé. Llegué como para levantar las barreras soplando. Y me había olvidado la billetera en el restaurant. Tuve que volver y pagar dos viajes. Caminaba por las paredes ya a esa hora. Volví. Los puteé uno por uno a todos los inspectores y a los empleados administrativos. Y cuando voy a llevar el auto: Zaas. Resulta que una vez que logré sacarle ese pegamento de mierda que le ponen a las puertas, que me cansé de escupir el pañuelo de seda ese que vos me regalaste, cuando lo dejo en la calle y enfilo para irme a apolillar: tenía una goma pinchada. Rosario Central la concha de tu madre.
Me arremangué. Saqué el gato. Lo empecé a levantar. Y no va que se me zafa y se me cae el auto. Agarré y dije: que reviente mi ex mujer, que reviente el auto, que se rompa la cubierta. Me fui quemando caucho, así como estaba, hasta una gomería. Ya eran como las dos de la mañana y no conseguía una por ningún lado. Así que destrocé la rueda. Pero qué carajo me importa. Ya me la van a pagar esos de Central. Porque esto no va a quedar así.

-Ufff... ¿Terminaste, Víctor?
-¿Qué, te jodí mucho?, perdóname. Pero, ¿sabes qué pasa? Pasa que…-¿Terminaste, sí o no?
-Sí, Cabezón, no te calentés.
-No me caliento. Y menos mal que no me caliento, porque si me enojo, me levanto y otra que el odontólogo Barreda, el desastre que hago con vos.
-Tenés razón, Cabezón.
-¿Ahora, te puedo hacer yo una pregunta?
-Pero cómo no me vas a poder preguntar vos, justo vos, que sos mi amigo, que me bancaste en tu casa cuando me echó esta hija de puta, vos que me prestaste la oreja. Claro, Cabezón, pregúntame lo que quieras. Ahh, ¿No querés que te pase a buscar para darle sangre a la abuela del Marcelito Urbina?-No. Escúchame. Lo único que quiero saber es qué mierda te hicieron los de Rosario Central. Qué mierda tienen que ver con tu ex, con los del CES, con el mozo, con el remisero... ¿Sería mucho pedir?
-Jé, pensé que te había dicho, Cabezón. ¿Sabés qué pasa? Esos turros están en la Mercosur. Y no nosotros. Si nosotros hubiéramos ganado un par de partidos más, yo anoche hubiera estado en el Morumbí de San Pablo, con los dos pibes míos y la bandera. Si ellos entraron por la ventana. Entraron porque nosotros perdimos esos últimos partidos de mala leche. Y bueno, si yo estaba ahí, no me hubiera tenido que bancar a la histérica de mi ex mujer, a los turros de los zorros grises, a los chorros del restaurant ni al gomero del auto. A lo sumo un par de goles abajo, pero de visitante. Y vos sabés que acá lo dábamos vuelta seguro. Acá era un trámite. Si ellos dejaron de ser un cuco desde que se fue Telé Santana.


(Extraído del libro “Hambre de gol”. Un sincero agradecimiento a Claudio, autor de este cuento por su generosidad al permitirme publicarlo.)

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