A pesar de ser Inglaterra la cuna del fútbol, no manifestó mucho aprecio a la Copa del Mundo durante bastantes años. Pero en 1950, los pros ingleses accedieron a participar en la máxima competición... y ello les costó la humillación de perder por 1-0 ante Estados Unidos y luego ante España, también por 1-0. A partir de entonces los ingleses decidieron intervenir asiduamente en las grandes competiciones y, finalmente, solicitaron la organización de la Copa del Mundo, que les fue inmediatamente concedida: en 1966 los Campeonatos tuvieron lugar en Londres y otras ciudades del país.
La final se celebró en el estadio de Wembley el día 30 de Julio ante unos cien mil espectadores. Inglaterra llegó a ella después de no pocos sufrimientos y a veces con la generosa ayuda de los árbitros. Ya en el partido inaugural se había producido un sorprendente 0-0 ante Uruguay, un equipo formado por ilustres veteranos con mucho fútbol pero poca velocidad en sus botines. Después vendrían dos victorias sin excesivo brillo ante México y Francia, ambas por 2-0, que le darían el primer puesto del grupo. En cuartos de final se enfrentaron a Argentina, que presentaba un formidable equipo y había eliminado a España. Fue un partido duro y dramático en el cual el árbitro favoreció descaradamente a Inglaterra: expulsó al capitán argentino Ubaldo Antonio Rattín y concedió un gol a Inglaterra conseguido en claro fuera de juego.
En las semifinales, Inglaterra ganó justamente a Portugal por 2-1, merced a dos goles de su máxima estrella, Bobby Charlton, y Alemania Federal se deshizo de la Unión Soviética también por 2-1, asegurándose el derecho a la final, que prometía ser excitante. Los ingleses jugaban el 4-3-3 impuesto por Ramsay: delante del excelente guardameta Banks se situaban cuatro defensas (Cohen, Jackie Charlton, Bobby Moore y Wilson), de los cuales los dos laterales podían convertirse en extremos en cualquier momento; en el centro del campo se situaban Nobby Stiles, Bobby Charlton y el falso extremo Peters, y en punta quedaban Ball, Hunt y Hurst, aunque el primero solía retrasarse y dejaba espacio a las incursiones de los laterales. Un módulo que resultó muy eficaz a medida que avanzaba la competición.
Alemania había construido una espléndida formación en la que sobresalían la veteranía de su goleador Uwe Seeler y la eficacia defensiva del joven Franz Beckenbauer, el cual operaba como jugador libero adelantado, pero se permitía frecuentes incursiones en el área enemiga hasta el punto de haber marcado cuatro tantos y erigirse en máximo goleador de su equipo... Otras figuras eran su lateral Schnellinger, repescado del Milán, su centrocampista Overath y el rubio delantero Haller, también recuperado del calcio italiano.
La final respondió a todas las expectativas. Fue tensa, emotiva... y polémica. El tiempo reglamentario terminó con empate a 2 goles, ya que a unos segundos del final el defensa alemán Weber recogió un rechazo en corto de la defensa inglesa y consiguió el gol decisivo que anulaba la ventaja inglesa obtenida a los 77 minutos por Alan Peters. Se pensaba que en la prórroga se impondría la mayor fuerza física de los alemanes, pero los ingleses contaban con el apoyo incansable de casi cien mil gargantas que anulaban los esfuerzos de los quince mil alemanes que habían acudido a Londres.
A los 10 minutos del primer tiempo de la prórroga, el pelirrojo Alan Ball, el mejor hombre sobre el campo, centró sobre el área y el poderoso delantero centro Hurst remató de volea; la pelota dio en el travesaño y picó... ¿sobre la línea de gol? ¿más allá de la línea? El árbitro suizo M. Dienst quiso hacer honor a la famosa "neutralidad" helvética y se inhibió. Entonces consultó con el juez de línea, el ruso Brakhamov, y éste señaló que la pelota había picado dentro de la portería antes de volver nuevamente al campo, con lo que se concedió el gol.
Más tarde un servicio fotográfico de la revista alemana Kicker y la propia TV se encargaron de demostrar que la pelota había picado sobre la línea; por tanto, no existía tal gol. La protesta resultó inútil. Inglaterra había ganado su primera Copa del Mundo. Un cuarto gol marcado también por Hurst, en pleno delirio y con el campo de juego parcialmente invadido por los fans, no añadía nada a la discutible victoria inglesa. La sombra del "gol fantasma" no ha sido olvidada y queda como un borrón sobre este éxito del fútbol británico.
Desde Ayacucho, Argentina, un humilde homenaje a esa gran protagonista del juego traducido en cuentos, frases y anécdotas.
Sabiamente la definió el viejo maestro Ángel Tulio Zoff, "lo más viejo y a su vez lo más importante del fútbol".
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