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Un Peñarol trucho!!


La de empresario futbolístico es una profesión realmente en boga, en auge y en alza. A mediados de Diciembre de 1993, con la austeridad que caracteriza a los cronistas deportivos, los locales anunciaron que Peñarol de Montevideo se presentaba en Mendoza.
A pesar de que el fútbol de la vecina orilla hace rato que viene bajo, por más que digan lo que digan, sigue siendo Peñarol y la camiseta es la camiseta.
Así fue nomás.
Para templar el espíritu charrúa y estrechar vínculos fraternos, el primer encuentro fue contra Sportivo Pedal, y todo lo Peñarol que se quiera, pero se comieron un boletón. Y baile.
Sobre todo, mucho baile. La barra de los pedaleros no podía creer que estaba viviendo ese hecho histórico al pie de una cordillera más majestuosa que nunca. ¡Si hasta los cóndores pararon para ver semejante acontecimiento!
El segundo encuentro de los supuestos gloriosos mirasoles fue en General Alvear, siempre Mendoza, contra Pacífico. Perdieron sólo 3 a 1. Por lo menos hicieron un gol; salieron de zapateros. Pero la gente que asistió no era tan fana ni chacarera como los de Sportivo Pedal, y en vez de alegrarse por ganarle a esa gloria viviente, se cansaron de chiflarlos, insultarlos y recomendarles que entrenaran pateando placares; eso era una afano.
Y lo era, nomás.
Los dirigentes argentinos de todo tipo están para lo que están. Así que en vez de seguir haciendo la de los maridos cornudos, que se enteran últimos y se enojan primero, nada más que por despuntar el vicio, sin pedir horas extras ni nada por el estilo, a los periodistas de una FM de San Rafael se les dio por averiguar, sin que el siguiente orden signifique jerarquización de ninguna especie:

■ si los de Montevideo habían sacado ese plantel de un geriátrico;

■ si sería gente que estaba en período de rehabilitación luego de haber sufrido polio infantil;

■ o si en el aeropuerto de Carrasco, al subir, se les habían traspapelado pasajeros con alguna murgas para los próximos carnavales.

Ni con alucinógenos se les hubiera ocurrido dudar de la total legitimidad del envío de semejante delegación. Por eso, la respuesta, en forma de fax, los dejó patitiesos: “Nuestra institución no tiene ningún representativo, en ninguna división, jugando en Argentina”, decía en su parte más elocuente, obviando formalismos.
Con esa vocación para el papelón y tragarse los peores anzuelos hasta la panza, de inmediato armándose un escándalo de aquellos, a mediados de Enero de 1994 ya había tomado intervención hasta el Ministerio uruguayo entendido en asunto de deportes. Los abogados de los clubes afectados parecían como más calientes que mono con tricota y en Mendoza, en particular, en la AFA específicamente y en la Argentina en general, ¿alguien escuchó decir algo? ¿quiénes firmaron los contratos? ¿quiénes los tuvieron a su cargo para revisarlos? ¿Dónde se alojaron? Siendo extranjeros, ¿tenían documentación en regla, la visa de turistas o eran yorugas porque habían nacido al 200 de la calle Uruguay?
Silencio. La Argentina podrá ser un país donde tienen a bien suceder grandes e ingeniosas estafas, pero jamás será un país de estafadores.


(del libro “Jodas futboleras de antología”, de Amílcar Romero, pág. 52 a 54)

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