Pasión local, placer global
Fútbol y literatura son dos disciplinas en principio alejadas entre sí. Tienen, sin embargo, algo en común: la Argentina ha ofrecido al mundo valores de sobra conocidos en ambos campos. La pasión por el fútbol y el placer de contarla han creado todo un subgénero literario en el país sudamericano. (artículo escrito por Fernando Pellitero en Revista Teína, Nº 12, Junio/Julio/Agosto de 2006)
En Europa, el fútbol es una actividad poco popular entre los sectores más ilustrados. De hecho, siempre queda mejor lanzar un par de opiniones certeras sobre la actualidad política o sobre la última película de Medem que un vergonzante comentario al pasar del partido del próximo fin de semana. En ese sentido, España ha heredado la estrechez de la época franquista, cuando el fútbol era “de derechas”, sospechoso de colaborar en la gloria del régimen, y los libros, “de izquierdas”, sospechosos de portar ideas subversivas contrarias a los principios del Movimiento. El opio del pueblo era una afición inaceptable para la progresía nacional.
Así las cosas, incluso los excepcionales casos de literatos amantes del balompié (Javier Marías, Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza) dejan su afición para después de las horas de trabajo y es raro que aparezca el fútbol entre las temáticas de sus obras. A los demás escritores, si les gusta el fútbol no lo expresan abiertamente. La mayoría lo ignora e incluso algunos lo denostan (“un partido de fútbol es un espectáculo fascista”, dijo Sánchez Dragó en televisión). La revista Don Balón auspicia desde hace años un premio anual de literatura deportiva; sin embargo, las novelas editadas no son necesariamente sobre fútbol. Pobre maridaje, pues, entre dos mundos que se miran con desconfianza.
Por eso, para quien disfrute del fútbol y de la lectura, la Argentina es como un gran festín. En este país -uno es leonés pero afincado acá- se vive el fútbol como en pocas partes del mundo. Es parte protagonista de la calle, de los medios, de las discusiones familiares, incluso de la política. Pocos argentinos dejarán de definirse a sí mismos no sólo por su actividad o sus estudios, sino también por el equipo de sus amores. Y es que la respuesta a la pregunta ¿de qué cuadro sos? implica la mayoría de las veces toda una forma de ver la vida. Es más: se trata de un sentimiento de pertenencia a un colectivo determinado, en un país sin nacionalismos -con ansias de estatutos, como España- y sin otra bandera que la albiceleste.
Y esto no sólo ocurre entre la gente de a pie; cualquier intelectual, cualquier político, cualquier personalidad eminente, es susceptible de expresar su forofismo sin recato, tal como lo haría un taxista o un camarero. Basta echar un vistazo a la historia reciente argentina para darse cuenta de la importancia del fútbol, tanto en el día a día como en la política del país.
Todo esto, más la rica tradición literaria argentina, ha dado lugar a todo un género dentro de la narrativa: la literatura futbolera. Un género que adopta de forma casi excluyente el formato del cuento y que es cultivado sobre todo por los periodistas deportivos, aunque también con notables excepciones.
Literatura apta para todos los públicos
Cualquiera puede acercarse a ella, sin importar cuánto sabe de fútbol. Claro que se disfruta más si se conoce lo que es un centrofóbal, las connotaciones que tiene jugar de cinco o qué pasó con Maradona y los ingleses (quien desconozca esto último, mejor que calle delante de un argentino). Pero igual que se puede leer con gusto La ciudad de los prodigios sin conocer Barcelona, por ejemplo, tampoco es imprescindible ser un entendido, ni siquiera un iniciado, para pasar un rato más que agradable.
La literatura futbolera guarda unas características emocionales comunes dentro de su variedad temática. Entre sus argumentos, no se van a encontrar recuentos de hazañas de futbolistas reales que ganan cantidades impensables de dinero, ni mucho menos tediosas explicaciones tácticas. No. Acá, el fútbol se usa como metáfora de la vida, de sus alegrías y de sus puñaladas.
Así, sus páginas nos transportan de vuelta al barrio (una cierta épica del barrio tan presente en la cultura popular argentina), a la adolescencia, a la amistad incondicional, a todo lo que se va llevando la vida con su pragmatismo. Nos hablan de la necesidad de ganar sólo por orgullo, de actos de integridad personal, de códigos de honor, pero también de trampas hechas con gracia (la famosa “viveza criolla”). Los relatos tienen una importante veta fantástica, con goles y partidos imposibles, con fantasmas, resucitados y brujería, puro realismo mágico latinoamericano aplicado al fútbol. Describen el amor por el juego, la felicidad perfecta del partido con los amigos -aunque sea en condiciones precarias- frente a la pérdida de alma y de valores de los grandes equipos profesionales. Los cuentos suceden en la cancha, por supuesto, pero también en el bar de los sábados, en el club social, en el burdel del pueblo, en la radio o en las gradas donde viven adictos a unos colores más allá de toda cordura.
Los personajes de esta literatura son, sencillamente, entrañables. Forman un universo de perdedores eternos, de entusiastas pero torpes jugadores, de talentosos que prefieren la gloria del picado a la de la Bombonera, de entrenadores enamorados de su estrella, de árbitros corruptos e incorruptibles, de delincuentes con camiseta que primero pegan y después preguntan, de arqueros que son Jesucristo, de ancianos que lo han visto todo y de chiquilines que empiezan a verlo, de hinchadas más que peligrosas, de héroes locales y decepciones universales… Dioses y monstruos de sobra conocidos y que corren tras una pelota de cuero.
Si aún nada de esto resulta atractivo para algunos, la literatura argentina sobre fútbol se puede recomendar simplemente por su estilo. Ninguno de los que escriben pretende pasar a la posteridad por su prosa florida y eso se agradece. Me atrevo a decir que se aprende más del habla y de la idiosincrasia de los argentinos leyendo diez cuentos de fútbol que con todo Borges (que también escribió algo sobre fútbol).
El estilo es directo y rabiosamente oral, desde la primera persona de la narración en la mayoría de los cuentos. Ya digo, no existen ansias de virtuosismo ni metáforas que no sean las propias del lenguaje de la calle, y es fácil sorprenderse a uno mismo leyendo en voz alta en los momentos de mayor intensidad. El idioma es genuino y popular, con esa particular e inconfundible mezcla de castellano, italiano, lunfardo, barrio y viveza. Delicias idiomáticas como “patear en contra” (para referirse a la homosexualidad), “te faltan dos jugadores” (en vez de estar mal de la cabeza) o “estar en tiempo de descuento” (para la vejez) dicen mucho de cómo el fútbol está imbricado en la manera de ser argentina, además de procurar una lectura ágil y gozosa. Por esa razón, resulta fácil leerse del tirón una recopilación de cuentos.
¿Cosa de hombres?
Otra advertencia. Como puede intuirse, la literatura futbolera está escrita exclusivamente por hombres y casi exclusivamente sobre hombres. No quiere decirse con esto que llegue a resultar machista. Sencillamente las mujeres que aparecen lo hacen de forma marginal, secundaria. Son la madre que llama a tomar la leche, la apetecible hermana del rival más encarnizado, la prostituta iniciática, la esposa que prohíbe continuar con esa infantil afición al partido con los amigos,… Bueno, el fútbol es así, al menos de momento (salvo en Estados Unidos y algún otro país de escasa tradición futbolística, la escena la ocupan los hombres, dentro y fuera del campo de juego. Resultaría artificial que la literatura lo reflejase de otra manera).
Los cultores de esta literatura sobre fútbol son, como quedó dicho anteriormente, en su gran mayoría los periodistas deportivos. Casi todos ellos son reconocibles por su presencia en prensa, radio y televisión (los medios de comunicación deportivos no se cuentan precisamente entre las carencias de la Argentina), y casi todos con incursiones en la literatura de ficción no futbolística con mayor o menor trayectoria. En general se agrupan en pequeñas recopilaciones de cuentos muy asequibles de la editorial especializada Al Arco, fácilmente localizables en las librerías porteñas.
De este nutrido grupo destacan algunos autores con voz y publicaciones propias, como Eduardo Sacheri, Walter Vargas o Ariel Scher. Sacheri no es periodista, sino historiador y ha conseguido ya publicar varias recopilaciones de cuentos, no siempre futbolísticos. En la contratapa de su libro “Lo raro empezó después” se reseña que su anterior obra, Esperándolo a Tito, fue publicada en España por RBA con el título Los traidores y tuvo una excelente acogida entre el público español (aunque debo decir que no lo conocí hasta que me vine a vivir acá). Walter Vargas es un multifacético periodista platense, autor de libros de poemas y ensayos sociológicos sobre fútbol, además de sus cuentos de ficción balompédica. Por último, a Ariel Scher, quizá el más surrealista de todo el género, pueden encontrarlo a diario los lectores de Clarín en una columna rebosante de fantasía. Les recomiendo que por una vez no se salten las páginas deportivas, merece la pena.
Sin embargo, las cumbres del género son -en mi opinión al menos- dos autores que trascienden con mucho la literatura futbolera: Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano. El Negro Fontanarrosa, estrella del último Congreso de la Lengua celebrado en 2004 en su Rosario natal, es autor de una considerable obra de ficción y es conocido masivamente gracias al humor gráfico con el gaucho Inodoro Pereyra, un personaje que integra ya la cultura popular argentina. Cuando Fontanarrosa escribe sobre fútbol utiliza su mejor arma, el humor, como una ametralladora. Resulta imposible no soltar unas cuantas carcajadas al leer, por ejemplo, su recopilación de cuentos “Puro fútbol” (Ediciones de La Flor). El suyo es un humor irónico descargado sin piedad sobre locutores deportivos o hinchas acérrimos, pero también un humor con ternura hacia el juego y hacia todo aquel que lo honre. Su estilo se completa con un apabullante dominio del más hilarante e imaginativo habla popular y, por supuesto, con un amor sin límites al fútbol y a su equipo, Rosario Central. Todo junto da como resultado una de las más divertidas experiencias lectoras.
Por su parte, Soriano es (era, falleció en 1997) un escritor con mayúsculas. Sus años como periodista (hasta que cambió la Argentina por Francia durante la dictadura) se transparentan en su escritura: jamás escribe un adjetivo de más ni una palabra de menos. Sin abandonar el registro del habla callejera, su estilo resulta sobrio, sin artificios, de narrativa clásica, casi de novela negra, como una especie de Raymond Chandler porteño. Y acaso sea Chandler el que sale ganando con la comparación.
En su libro “Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos” (Editorial Mondadori) se mezclan por igual la ternura y el descreimiento hacia la condición humana, la voluntad de sobrevivir y la fidelidad a unos principios. Soriano va algo más allá del cuento y escribe historias cortas, de tres o cuatro capítulos, sobre personajes o sucesos memorables. Como la desopilante historia del ignoto Mundial de 1942, jugado en la Patagonia y ganado por los indios mapuches en una final contra Alemania que duró dos días, arbitrada a punta de pistola por William Brett Cassidy, hijo de las andanzas patagónicas de Butch Cassidy y Sundance Kid. O como la historia del propio Míster Peregrino Fernández, quien adopta la identidad de un judío polaco para poder jugar en un equipo de París… justo antes de la llegada de los nazis. En la huída, Peregrino se mete en un tren que va a parar a la Rusia estalinista, donde juega para el equipo del KGB y se salva de la horca gracias a un ruso de Villa Crespo. Después continúa sus días acompañando a Perón en el exilio, antes de que se convierta en entrenador y termine inventando sistemas, tácticas y posiciones imposibles como el wing eléctrico, el volante fantasma, el arquero manco o el stopper de cuatro patas.
Sin duda, cada página del libro de Soriano es un verdadero placer para los amantes de la lectura.
En definitiva, a quien le guste el fútbol tiene la oportunidad de descubrir este genuino género argentino. Y para quienes les produzca urticaria el soniquete de fondo de un locutor en cada bar que se visita, qué mejor y más pacífica manera de acercarse al fútbol que a través de los libros. Quizá por el camino se caigan un par de prejuicios intelectuales. Y a lo mejor, con un poco de suerte, incluso puedan llegar a comprender la máxima futbolera que dice que “quien piensa que el fútbol no tiene nada que ver con la vida, ni entiende nada de fútbol ni entiende nada de la vida”. Al fin y al cabo, como dijo un entrenador inglés de los años setenta, “claro que el fútbol no es cuestión de vida o muerte. Es algo mucho más importante”.
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