Ante los cambios realizados por Blogger, tiempo atrás, y que afectaron la plantilla de este blog hay textos largos que no se mostrarán totalmente. La solución a dicho inconveniente es hacer click en el título del artículo y así se logra que se muestre el resto de la entrada. Muchas gracias y disculpas por la molestia ocasionada.

La gran oportunidad (Marcelo Carlos Zona - Argentina)


Impertinente, esa es la definición correcta que le cabe a Juan Manuel Zoleri, con “z”. Un tipo que no viene al caso para nada, irresponsable e irrespetuoso. Pero sin dudas son esas cualidades de su personalidad las que le permitieron en su época transformarse en uno de los valores promisorios en las filas del Atlético, puesto que a fuerza de las gambetas propias de un “cara sucia” se transformó en un pibe con una proyección increíble dentro del fútbol. Estaba predestinado a que toda la prensa hablara de él, del desparramo que armó dentro de algún área, de los defensores que quedaron tirados ahí o el arquero que se revolcó en el guadal buscando la pelota hacia su izquierda, cuando en realidad pegándole con la parte externa, con tres dedos, se la puso en el otro palo.
Zoleri, con “z”, era un pibe que no conocía de razones, un desobediente que a su manera se resistía de manera pacífica a las exigencias o mandatos del poder establecido, entiéndase en estas circunstancias un director técnico. Esto lo cuentan seguido en la mesa del bar del club, ocasión en la que tuve un primer acercamiento a la emblemática, ilustre y desconocida figura de este extraordinario jugador, al que tuve la suerte de ver en acción cuando ya entrado en años jugaba en el fútbol comercial, donde a simple vista, con sólo observar la forma con que paraba la pelota, alcanzaba para darse cuenta que se trató de un diamante en bruto, que nunca había sido pulido.
El nombre de Zoleri, con “z”, surgió -como decía- en esas conversaciones de boliche en la cual sus protagonistas alardean sobre sus conocimientos de fútbol repitiendo formaciones de equipos que jugaron hace décadas, aunque difícilmente puedan recordar con precisión a más de dos o tres de los jugadores que hoy juegan en el Rosario Central del “Flaco” Menotti, por citar algún ejemplo.
- ... Champio; el “Hilacha” Fernández, Juan Carlos Fernández, Esquivel y el “Negro” Julio Fernández, en la defensa; el Carlos Navarro, Elder Conti y el “Gati” Giraudo, en el medio; Bujedo -después empezó a jugar ahí la “Chechona” Martina-, Cecchini y el “Pachi” Martina, cuando no estaba expulsado por haber atado algún árbitro, adelante. ¡Qué equipo! A esos le ganaban sólo comprando el árbitro, como en la final del Provincial del ´78 en Río Cuarto contra Estudiantes -comentó, con memoria prodigiosa, el “Ñato” en la mesa de la esquina, donde compartía con los parroquianos el vino de la tarde-. Sirva esto de ejemplo.
Así se prolongaban y se sucedían las charlas de bar en lo que en materia de fútbol se trataba. Día tras día se repetía la interminable nómina de futbolistas que habían actuado en los clubes locales, una especie de campeonato con partidos de ida y vuelta.
- El arquero de ese equipo no era Champio, en esa época no estaba en Arroyo Cabral, ahí atajaba Cobas y después el pibe Conti, el sobrino del Elder, que sí jugaba de cinco, -corrige el “Chuchu”, a manera de revancha.
- Puede ser. Es posible. -No da el brazo a torcer el “Ñato”.
Lo concreto es que en cierta oportunidad saltó a la cancha... perdón a la mesa, el nombre de Zoleri, con “z”.
Fue precisamente esa aclaración la que me llamó la atención y forma en que se sucedió, de manera recurrente, a partir de entonces. Una y otra vez su nombre volvía; una y otra vez repicaba en mis oídos.
¿Por qué con “z”? La aclaración viene a cuenta de que se trata de un apellido tano, piamontés, como una buena parte de los que se encuentran en esta región producto del asentamiento de inmigrantes de ese origen en los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX. Y no español, como la “z” lo hace sonar.
Seguramente al bajar en el puerto de Buenos Aires, los Zoleri, que tal vez se escribían con “s”, fueron anotados con “z” producto de la indiferencia que en esa época le ponían a su trabajo los empleados de Inmigraciones, despreocupados por tener en cuenta si la pronunciación de los recién llegados coincidía con lo que ellos registraban en el papel.
No es extraño encontrar hoy familiares que tienen distinto apellido, viniéndose a mí memoria el de unos hermanos vecinos: Jorge Cora y Manuel Cura, nacidos de un mismo vientre e hijos de un mismo padre, pero anotados así al pisar suelo argentino, procedentes de la lejana Italia.
La cuestión es que Zoleri, con “z”, se ganó un recuadro destacado en la historia del fútbol local en oportunidad de disputarse el clásico de la Liga. Vaya partido el que eligió.
Se sabe que los clásicos no son cualquier cosa, en ellos hay que ganar o ganar, hay que dejar todo en la cancha para retribuirle a la gente su compromiso de fe con el club, la camiseta y los colores. Porque el que paga una entrada en un clásico no para hasta ver caer en sus hombres la última gota de sudor, es que al igual que los futbolistas, ellos también se juegan una parada muy importante. ¿Cómo bancarse después que tus compañeros de trabajo te gasten, toda la semana, si llegas a perder? No es poca cosa.
Según cuentan, las cosas entre él y el técnico no venían para nada bien, las fricciones habían comenzado varias semanas antes del partido en cuestión, cuando a Zoleri se le escapó un globo en medio de la práctica.
“¡Eh pibe!”, grito el “Viejo” entre medio enojado y burlón; “porque no guarda los globos para la fiestita de cumpleaños”. Un escrache al frente de sus propios compañeros, ante una jugada de origen fortuito.
Pero la cosa no terminó ahí, un domingo, durante un viaje hacia la localidad de Las Perdices, con el plantel cambiándose en pleno micro, a manera de vestuario improvisado, para ganar tiempo y llegar en hora al estadio, a Zoleri le tiraron un pantaloncito varios talles más chicos que el suyo y al querer ponérselo lo rompió. El “Viejo”, que repartía la indumentaria, se lo cambia. A los cinco minutos la acción se repite. El técnico accede a entregarle uno nuevo, pero a la tercera vez, no aguantó más y dirigiéndose al futbolista le gritó: “Pibe bájese, con ese culo no puede jugar al fútbol”.
El citado día del clásico le tocó ir al banco, aunque la lógica hubiese indicado que su presencia en el equipo titular le iba a brindar a su equipo una mayor fluidez ofensiva, dado su juego capaz de generar espacios para ser aprovechados por un compañero, al arrastrar -con seguridad- la marca de dos hombres temerosos de su increíble habilidad.
Pero el “Viejo”, el técnico de su equipo, era uno de esos tácticos incurables, estructurado sólo para pensar en qué puede llegar a hacer su rival, sin detenerse a pensar que las virtudes propias alcanzan y sobran para garantizar una victoria o al menos un digno empate.
Para ese clásico se había estudiado al detalle los movimientos de sus adversarios, que tenían un lateral volante de cuidado, precisamente quien motivo la ida de Zoleri, con “z”, al banco de sustitutos, habida cuenta que en su lugar ingresó un aguerrido hombre de marca, Fonseca. Y se sabe, esta clase de técnicos son rígidos en materia de disciplina, no es que los otros, los líricos, tampoco lo sean, sólo que tienen un concepto diferente en materia de autoridad.
Lo concreto es que el “Viejo” era un milico de aquellos y tal era la distancia que ponía, que no toleraba de sus dirigidos ni siquiera el más mínimo atisbo de tuteo. Dirigía las prácticas con una solemnidad increíble, no derrochaba un gesto, ni una mueca inútil. Siempre frío, esquematizado. El partido venía encarajinado, trabado, difícil de leer desde la tribuna y con un 0-0 que aburría hasta los propios protagonistas. Como era de prever, según las especulaciones pre-cotejo, era un encuentro cerrado.
Fue así como con el transcurrir de los minutos la presencia de Zoleri, con “z”, se hacía necesaria dentro del campo de juego, era el único en condiciones de “abrirlo”.
Lo previsible, entonces, sucedió recién en el minuto veinticinco del segundo tiempo, cuando el “Viejo” dispuso que Zoleri, con la cara larga de tanto esperar, hiciera los movimientos precompetitivos, el calentamiento, que en esa época simplemente consistía en trotar pegado al lateral.
De repente, el “Viejo” pegó un chiflido, levantó la mano y convocó a Zoleri, quien se acercó con paso cansino y se prestó a escuchar las indicaciones tácticas y técnicas del veterano entrenador.
- Venga Zoleri, va por el 7.
- ¿Y qué hago?
- Lo mismo que el siete.
- ¿Entonces para qué me pone?

El partido terminó nomás 0-0 y Zoleri no sólo que no jugó ese partido, sino que hasta el final del campeonato no volvió a figurar entre la nómina de dieciséis convocados para concentrar los sábados y estar presentes en la cancha los domingos. La discontinuidad lo alejó paulatinamente del fútbol. Terminó siendo Ordenanza en el sector bancario y hoy se divierte corriendo detrás de la ‘bocha’ los sábados por la tarde junto a sus amigos.

(Un gracias de corazón a Marcelo Carlos Zona quien me cedió gentilmente este cuento para compartirlo con "Los cuentos de la pelota")


No hay comentarios: