“Fue el milagro argentino. Nadie discute que el país ganó el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 antes de que se diera el puntapié inicial. Su organización lograda contra los presagios, sorprendió al mundo (...) Los periodistas argentinos que tuvimos que convivir con nuestros colegas extranjeros durante esos días pudimos comprobar cómo en los más honestos de ellos -afortunadamente la mayoría- se disolvían los prejuicios que traían de sus países merced a la insidiosa propaganda motorizada por las organizaciones subversivas y los ingenuos de siempre (...) Es cierto que los argentinos todos vivieron por primera vez en décadas la oportunidad de salir a la calle bajo una sola bandera. Después de cuatro o cinco años de sufrir una guerra sucia, la guerra desatada por la subversión, surgió la ocasión de expresar entusiasmo (...) En rigor, la tranquilidad estuvo volviendo lentamente antes del Mundial. Actualmente, los argentinos vivimos una calma maculada por las resonancias de escasos pero siempre dolorosos atentados, generalmente efectuados con bombas instaladas por manos anónimas. El último y uno de los que repercutieron más penosamente en el ánimo de la opinión pública. El que costó la vida a tres personas en la calle Virrey Melo, en Barrio Norte, entre ellas la de Paula Lambruschini, de quince años, hija del jefe de Estado Mayor de la Armada (...) De todos modos, esta calma expectante que vive la Argentina es anterior al Mundial. Muy probablemente sin ella no podría haber habido Campeonato. Pero fue durante su transcurso cuando casi mágicamente despertó en la conciencia colectiva esa necesidad de expresarse, de mostrar su unidad bajo la bandera nacional. De mostrarse patriota, en fin. También fue una manifestación de victoria (...) Quizá sea cierto, pero en los festejos del Mundial mostramos por primera vez en mucho tiempo que estamos orgullosos de ser argentinos".
(Marcelo Araujo y Mauro Viale. Revista “Argentina ante el mundo”, Septiembre-Octubre de 1978)
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