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Igualito a Beckham (Pablo Pedroso - Argentina)


El guacho era igualito a Beckham. No digo como jugador, para nada. Un queso con la pelota. Era igualito de jeta, de facha, nada más.
¿Cómo fue que cayeron de gira esos nabos a nuestro club? La verdad que nunca me enteré bien si los invitamos nosotros o se ofrecieron ellos. Supongo que fue idea del "Ronco" Mansilla, el más entusiasmado con el asunto. Ahora digo, ¿cómo no se le ocurrió organizar algo con un equipo brasilero, mexicano, o colombiano? Gente que juega al fútbol al menos. Si quería hacerse el raro o el moderno hubiera buscado un equipo holandés, pero no estos yankies rubiecitos que no saben lo que es una rabona ni nada que valga la pena.
Se armó flor de revuelo con la llegada de estos pibes. Unos días antes pintaron el club (las partes más visibles), arreglaron de una vez por todas la caldera del vestuario visitante y hasta organizaron un comité de bienvenida que los fue a recibir a Ezeiza: diez giles que seleccionó el propio Ronco entre los pocos que sabían tres o cuatro palabritas en inglés. Digo giles porque el "Ronco" los hacía quedar después de entrenamiento como una hora practicando el idioma con la vieja de Braian que casi fue maestra de inglés.
Cuando llegaron los yankies no hablaban nada en español. Bueno, sí, una palabra: “gracias”. Era lo único que sabían. Después cuando se fueron ya habían aprendido unas cuantas y entre esas aprendieron, las infaltables, las básicas: “boludo”, “pelotudo”, “concha tu hermana”; que lo decían así, todo junto: “conchatuhermana”, como si fuera una sola palabra. Los guasos les enseñaron lo peor y se cagaban de la risa de la forma en que hablaban. Ellos eran treinta, más o menos, trajeron gente para jugar contra la quinta y contra nosotros, la cuarta. Eran de Boston, Masa no sé cuanto y seguro que todos estaban cagados en guita. Ojo que no eran ningunos boludos, al contrario, algunos eran muy rápidos. Y el más rápido era el que le decíamos “Beckham”. El chabón, feliz con el apodo.
Hubo bastante gente para ver los dos primeros partidos. Arrancó la quinta ganando 2 a 0, tranquilos, y la rematamos nosotros con un 3 a 2 mentiroso. Mentiroso porque tenía que haber sido 5 a 0 mínimo pero el réferi alcahuete que nos pusieron nos anulo un par de jugadas de esas que son gol aunque te salgan más o menos y de yapa le regaló dos penales a los yankies que no existieron. En el primero cobró agarrón de Juancito Greco que sólo vio él y en el otro me cobró falta a mí sobre Beckham cuando juro que nunca saqué tan limpia una pelota. Para colmo lo pateó el puto ese de Beckham y lo gritó como si fuera la final del mundo.
Eso fue el viernes, el sábado hubo actividades de entrenamiento compartido, muy livianito, por la noche un baile en el club y el domingo la revancha. Y así fue, justamente, la revancha. Porque lo busqué todo el partido y el marica se me escapaba. El área nuestra no la pisaba ni de milagro y cuando yo subía a cabecear algún corner, él se paraba de contra o esperando el rebote. Alguna iba a tener, pensaba tratando de mantener la calma, y ahí vino. Cuando el réferi marcó la falta, a unos 6 metros del área grande, salí disparado, decidido a patear el tiro libre. Pobre Rusito no entendía nada cuando le manoteé la pelota. Se quedó medio mudo, lo aparté con el brazo y no le quedó otra chance que salirse, que dejarme el tiro libre. Acomodé la pelota, retrocedí unos cuatro pasos, los suficientes. Recién ahí levanté la mirada. Todos hubieran mirado el arco, yo no, yo quería asegurarme que Beckham todavía formaba parte de la barrera, que estaba ahí. Lo miré. Ya no tenía la sonrisa de ayer a la noche en el baile cuando todas las minitas revoloteaban a su alrededor, cuando todas le decían lo lindo que era, cuando lo encontré apretándose a Yamila, el ángel más lindo del club, tratando de meterle manos por aquí y por allá. Ahora con esas manos se protegía las bolas, se equivocó. El puntinazo me salió fuerte, muy fuerte, como esos balinazos del "Petaco" Carbonari: fulminante. Todo el tiempo tuve mis ojos puestos sobre el rostro de Beckham, sobre esa linda carita. Pude ver cómo se transformaba mientras se daba cuenta de la dirección y el destino de la pelota. Pude ver su pánico en el instante antes de recibir de lleno el pelotazo en medio de la jeta, un pelotazo seco, duro, inolvidable.
¿Igualito a Beckham dije? Ya no.

(Un agradecimiento especial a Pablo Pedroso, autor de este cuento, por su autorización para publicarlo en "Los cuentos de la pelota". Muchas gracias Pablo!!)

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