La temporada había comenzado con una enorme expectativa y todos se encolumnaron detrás de aquella ilusión. No era para menos, refuerzos habían llegado. Estaba el gran enganche, muchos de los propios prometían, se había traído un goleador con los botines afilados y con cartel, encima para cuidar el cero en el arco dos buenos arqueros, el local y uno de Rosario.
Resultados más resultados menos el equipo no deslumbraba pero estaba ahí. La parada del fin de semana pintaba complicada, se venía el puntero y estaba en los planes poder bajarlo. Era de suponer que la muchachada se acercaría más de lo habitual para ver la práctica, eso sí, debía ser después del tradicional vermouth que se tomaba en la sede.
-Qué raro el Beto Torri me dijo que venía ya va media práctica y no apareció- le murmuró el entrenador a un vecino. De repente se escuchó una puteada a campo traviesa y por el vozarrón no dejó dudas era el Beto.
-¡Gato negro y la puta que te parió justo a mi te me tenés que cruzar!
Todos se rieron e hicieron depositario de la famosa maldición del gato negro al mismísimo Beto, pero se equivocaron. Como mandado por el puntero de la liga la maldición del gato cayó sobre la cancha. Ahí nomás atrás de la puteada del Beto un grito se estampó contra el tejido, era la voz del arquero suplente que tenía que reemplazar al titular suspendido, con su queja denunciaba una tremenda lesión.
A los 5 minutos todos se dieron cuenta que el domingo el arquero no sería de la partida y que estaban frente a un problema. La convocatoria de dirigentes fue rapidísima y se le aviso también al Presidente comunal, era de esperarse su presencia porque Cañada tenía un solo equipo que era Carlos Dose, entonces todo lo que le pasara al Club le pasaba a la comunidad y en este caso lo sucedido se elevaba a la categoría política de estado.
No había arquero para el domingo, no quedaba otra que apelar a la memoria para encontrar alguno que hubiese atajado la temporada anterior o con suerte en los últimos diez años.
Revisaron cajones con fotos de los diferentes equipos, de inferiores, de reserva hasta los solteros contra casados pero no aparecía nada. Hasta que don Ravazzani sacó una foto de un cumpleaños de 15 que estaba mezclada entre los carnets de socios. Tres segundos le costaron a Don Ravazzani para ubicar entre los colados de la foto al más alto de todos.
-Lo tengo- dijo casi con vergüenza y sabiendo que el futuro inmediato le depararía la puteada o el abrazo.
-El tanque, sí el tanque, no estuvo practicando hasta el año pasado.
Entonces, intervino el entrenador que con la cabeza gacha susurró:
-Sí, atajaba en la segunda, pero nunca atajó en primera y ya tiene treinta y pico, encima lo cruce en la confitería el sábado en Firmat y lo vi fuera de peso.
El presidente comunal hizo uso de su autoridad y como si estuviera en su básica cerrando lista para la ley de lemas, exclamó con fuerza:
-Si tiene que ser el tanque será el tanque, así que busquen rápido en el armario y fíjense si todavía está guardado el carnet de la Liga que le hicimos el año pasado mientras nosotros lo vamos a convencer a la casa.
El presidente salió disparado hacia la casa del tanque que estaba a un par de cuadras. En la oficina del club se quedaron los que buscaban el carnet. Nadie puso en duda que el tanque diría que sí, lo conocían de chiquito.
Al otro día ya todo el pueblo sabía que el tanque sería el arquero para el domingo y que había que apoyarlo porque venía de una larga inactividad y de muchas tardes de pan casero y mate que lo ponían fuera de foco para las pelotas aéreas.
En realidad el tanque no tenía vocación de arquero, él estaba más para la TV por cable, el año anterior había incursionado en un programa local y se sentía más seguro entre las cámaras, pero de culo inquieto nomás se presentó en la práctica y lo dejaron en la reserva.
El entrenador lo vio ingresar a la cancha para su primer práctica, la flamante incorporación derrochaba optimismo, pero fue con los primeros peloteos que el técnico y sus compañeros notaron que su físico tipo Chilavert estaba más parecido al de Steven Seagal, pero no importaba, mejor dicho no quedaba otra.
Luego de la práctica el presidente comunal, comenzó a dar directivas para el domingo y apartó al tanque a un costadito de la cancha, le prometió botines y guantes nuevos. El tipo acostumbrado a hacer promesas en campaña esta vez se encontraba ante la posibilidad de cumplir una y la iba a facturar.
A las 10 de la mañana del viernes la chata de la comuna tocó la bocina y el tanque subió junto al presidente y su secretario, partieron a la vecina ciudad de Firmat y pararon en la tienda La Unión a comprar botines y guantes. La compra fue a nombre de la comuna y el vendedor no quiso preguntar para no incomodar, pero le resultó raro que el destinatario de los elementos de fútbol fuera el tanque, porque en los últimos 15 años había atendido a todo Cañada vendiendo ropa de fútbol, pero no recordaba haber visto al tanque, o mejor dicho lo recordaba comprándose una campera nevada que fue la envidia del pueblo, allá por los 90.
El tanque quiso probar los botines para ver como andaba de su histórico problema de cayos. Suspiró y se los puso nomás, lagrimeó y lo miró al vendedor como buscando una respuesta, éste al ver peligrar su venta le aseguró que los botines eran como las Zanellitas solamente tenía que asentarlos un par de días, sugirió usarlos durante 48 horas seguidas. Allí todos miraron al vendedor y preguntaron:
-¿Y para dormir cómo hace?- El muchacho tartamudeando respondió.
-Ehhhh… los puede usar el presidente comunal mientras el tanque duerme.
Partieron, el tanque con los botines puestos a paso cortito por el dolor de cayos, y el presidente comunal con su secretario iban discutiendo los horarios en que descalzarían al tanque para que durmiera, así uno de ellos podía continuar asentando los botines.
Llegó el día del partido y la expectativa era tan grande que la reserva jugó nerviosa porque nunca tuvo tanto público alentándola. Es que nadie se quería perder el partido de primera y por eso llegaban mucho más temprano a la cancha.
Terminó la reserva y antes de ingresar los equipos de primera, un par de amigos del tanque encontraron la forma de incentivarlo, le colgaron una bandera de Chevrolet detrás del arco.
Ingresó Carlos Dose a la cancha y luego del tradicional saludo en el círculo central, el tanque giró cabeza gacha como evitando el nerviosismo y corrió rumbo a uno de los arcos, levantó la mirada y encontró la bandera del Chivo que lo emocionó. Rápidamente pidió peloteo, marco el área y se subió las medias esperando el sorteo. Le hizo señas a su capitán para quedarse en ese arco, más que por el viento en contra por la bandera.
Comenzó el partido y el primer contacto lo encontró seguro con la rodilla en tierra y la pelota embolsada. Aplausos y gritos calmaron la ansiedad del público, la cosa arrancaba bien y el cero a cero no se movía.
Tuvo que llegar aquel maldito centro, para que nuestro arquero saliera con una enorme decisión, pero también con la falta de distancia lógica de un año y medio de inactividad. La pelota le sobró un metro más o menos y estalló en la cabeza del delantero de ellos que encontró el arco libre y rompió el cero a cero. Hay que reconocer que estuvo elástico, porque metió un giro tipo Julio Bocca, lo que no quedó claro es para que giró y porque quedo mirando su arco con las manos vacías.
-No importa, no importa- Le gritaban desde el banco a nuestro arquero, la próxima es tuya. Lamentablemente se equivocaron, la segunda también fue a parar adentro y ni siquiera la vio, porque el autor de la volea había sido nada menos que el goleador de la liga, apodado “La Trituradora”.
Ya la defensa se preocupaba porque la vulnerabilidad del guardameta generaba un murmullo constante en su público y encima en el segundo tiempo, no podrían tener la bandera de Chevrolet detrás del arco porque cambiarían.
Obligado por la situación el técnico diagramó un esquema táctico novedoso 8, 1, 1 para darle seguridad al tanque en el segundo tiempo. El esfuerzo de su equipo pudo sostener la desventaja nueve minutos cincuenta y nueve segundos.
Corrían diez minutos del segundo tiempo, el líbero de Carlos Dose no encontró opción disponible con sus compañeros y decidió dársela al tanque, con el orgullo en alto nuestro guardameta la paró, levanto la cabeza y escuchó desde el banco a su técnico que suplicaba: -Largala, largala tanque que te come.
Apoyado en su espíritu libertario hizo oídos sordos a la voz de mando y desobedeció la orden del entrenador, emulando a Genaro aquel rubio arquero suplente de Boca, encaró al delantero de ellos mientras la voz de su técnico se mezclaba con la de sus suplentes que también le rogaban que la largara, pero no, el tipo firme en sus convicciones menottistas intentó eludir a su contrincante y terminó perdiendo en la suya.
Lamentablemente la cintura no le respondió, trabado y embatatado a la vez, renunció a la tenencia de la pelota para entregarla mansita en los botines de un rival. Lo que temía el técnico cuando inició su reclamo sucedió, le robaron la redonda y convirtieron el tercer gol. El no era de pegar, así que ni siquiera intentó una patada voladora, en realidad buscó algún cómplice con su mirada que le dijera que había hecho lo que “el jogo bonito” pedía, pero solo encontró espaldas y cabezas gachas.
El partido terminó con un tres a uno y entre los saludos en la mitad de cancha se lo vio partir al tanque hacia el arco que tenía colgada la bandera de Chevrolet, la descolgó, la dobló y se metió en el vestuario.
A partir del lunes no sería más el arquero de Carlos Dose, volvería a ser el tanque, el que hace reír a todos. No existieron los reproches para con el arquero por su floja actuación, nadie se permitió decirle nada al tanque porque lo querían demasiado y porque en realidad, él les había hecho una gauchada a todos poniéndose el buzo de arquero.
Las únicas discusiones del lunes no se generaron por la performance del guardameta, se iniciaron por la bandera de Chevrolet, a los hinchas de Ford no les gustó nada, es más, tildaron de mufa la bandera del Chivo y la acusaron de los tres goles, se nota que lo querían al tanque.
Un gracias inmenso para “La Negra” Bigotti al cederme este cuento, (elegido en su momento por Editorial Despeñadero para publicar en su libro “El buen humor del Cono Sur de América”) para poder ser publicado en “Los cuentos de la pelota”.
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