Era el primer día de práctica para un psiquiatra que con el título recién impreso y una carta de recomendación, había llegado al internado, con muchos libros encima pero poca calle. (Un gracias! enorme a José M. Pascual, por cederme este cuento para compartirlo con la gente de "Los cuentos de la pelota")
Transitó los largos pasillos acompañado por el director y entre preguntas, respuestas y comentarios llegaron al jardín, un lugar plácido donde todos suelen caminar hacia ningún lugar.
Al joven le llamó la atención un hombre que bajo un árbol observaba fijo una fotografía en blanco y negro con expresión nostálgica. Dirigiéndose al director le preguntó sobre el caso y él le respondió que era buen momento de empezar a trabajar, le palmeó la espalda y lo dejó solo.
El principiante entendió la cuestión y se dirigió hacia el hombre de la foto.
-¿Cómo le va?
-¿A mí? Fenómeno- Le respondió.
-¿Hace mucho que está acá?
-Y sí, creo que sí. Respondió el hombre con voz melancólica y sin soltar la foto.
Ninguna de las preguntas parecía disparar una conversación que le permitiera esbozar un diagnóstico.
Al día siguiente volvió al jardín y la postal era idéntica. El hombre, el árbol, la foto y ese aire fresco de la mañana. Esta vez fue el hombre de la foto el que inició la rueda del interrogatorio.
-¿Le gusta el fútbol doctor? -¿El fútbol? Sí, como a todos, es un lindo juego.
-¿Un lindo juego? -Volvió al ataque con una sonrisa socarrona.
-Es una pasión doctor, una pasión ¿entiende?- Y ahí nomás comenzó a contar una historia que su oyente desconocía.
-Era el año 67, una cosecha memorable; salimos campeones, los muchachos que fundaron el club esa noche templada de Marzo de 1903 en la salita de espera de la estación Barracas sur se cansaron de verlo campeón, pero cada campeonato tiene un gustito distinto. Como las mujeres, ¿Vio?. Todas iguales hasta que nos enamoramos.
-Después de la copa que decía que éramos los mejores de Argentina vino la Libertadores, 2 a 1 en la final contra Nacional de Montevideo. Cardozo y Raffo nos regalaron el título de los mejores de América.
-El camino siguió y nos llevó hasta Escocia. Enfrente el Celtic y alrededor 120.000 escoceses. Gracias al aguante de Cejas, Perfumo y el Coco, perdimos apenas 1 a 0.
-La revancha era acá, en Mozart y Cuyo, de locales. A los 21 minutos, 1 a 0 arriba el Celtic y todos nosotros buscando explicaciones en el cielo.
Pero el viejo Maschio, como esos caciques de las leyendas, no paró de empujar al malón hasta que maduraron los goles de Raffo y del Chango.
Se vino la final en campo neutral, allá en Montevideo. Uno de los cuadros memorables de la historia del deporte. La elipsis perfecta del zapatazo de Cárdenas y la pelota entrando en el ángulo superior derecho del guardián escocés. Todavía tengo la foto, mire que maravilla. Esa noche llegué al puerto de Buenos Aires en un estado tal que aunque traté de dar explicaciones me internaron directamente. Yo les hablaba sobre el Equipo de José y la Copa que decía que éramos los mejores del mundo, pero ya tenía el chaleco puesto.
-El primer Campeón Intercontinental argentino tenía los colores de mi corazón. Me diagnosticaron locura, paranoia, psicosis y no se que sarta de cosas, pero lo mío fue, es y será más simple Doctor. Hace como 30 años que me tienen acá y no veo la hora de salir para seguir cantando como aquella noche en el puerto.
-Usted cree que puede curarme y se equivoca, el fútbol es más que un lindo juego.
El hombre sacó de su bolsillo un papelito arrugado y se lo dio al doctor.
-Guárdese esto amigo y cuando lo lea imagínelo cantado por un desafinado coro de miles de almas.
El médico tomó el papel y comenzó a leer en voz alta lo que parecía la estrofa de un poema:
en el norte y en el sur,
brillará blanca y celeste
la Academia Racing Club"
Después de un silencio el joven de blanco guardapolvo sentenció: -Lo suyo es grave, realmente no le encuentro explicación.
-Todo los días se aprenden cosas doctor- Trató de explicarle el hombre de la foto. Y con una sonrisa como de resignación, le dijo:
-Hay pasiones inexplicables, ¿entiende?. Pasiones parecidas a la euforia, a la depresión, a la locura, a la alegría, al llanto y que están ligadas a los colores de una camiseta, por eso yo y todos los que sentimos así, sabemos lo que con orgullo padecemos. Algo que no se cura y que es simplemente eso, una pasión inexplicable.
Desde Ayacucho, Argentina, un humilde homenaje a esa gran protagonista del juego traducido en cuentos, frases y anécdotas.
Sabiamente la definió el viejo maestro Ángel Tulio Zoff, "lo más viejo y a su vez lo más importante del fútbol".
30 de noviembre de 2007
No veo la hora de salir, para seguir cantando (José M. Pascual - Argentina)
¿Qué anécdota recuerda de Alberto Spencer?
Una que ocurrió después que salí de Peñarol y fui a jugar a Brasil (en el Sao Paulo primero, luego en el Cruzeiro). Por esa época me encontraba mucho con Pelé. Un día, en un hotel hablábamos de fútbol, y le dije a Pelé que él hizo goles de todo tipo. De cabeza, de chilena, de pecho. En ese momento él me respondió: “Te voy a decir algo, Pablo, alguien que cabeceaba mejor que yo era Alberto Spencer. Yo cabeceaba bien, pero Spencer fue espectacular cabeceando. Por lo general lo hacía tomando carrera como sin tomarla”.
De los jugadores actuales, ¿con quien lo compararía?
Es muy difícil compararlo. Por velocidad pienso que se parece a Robinho, del Real Madrid. Aunque Alberto era un poco más alto que él. Robinho tiene más enganche, dribla, pero Alberto era más letal, explosivo. Se podía llevar al contrario pero con una finta simple. Sin duda, Spencer era un goleador empedernido, Robinho no lo es.
(PABLO FORLÁN, ex marcador de punta derecho de Peñarol de Montevideo, recordando al excelente jugador ecuatoriano, recientemente desaparecido, en una entrevista concedida al diario ecuatoriano "El Universo")
¿A qué personaje del fútbol no invitarías nunca a tu programa?
A Bilardo. Y no por su filosofía futbolística, porque de hecho yo jugué de todo, con lo que sería un jugador de Bilardo fantástico. El tema es que lo enfrenté como jugador y para ganar hacía cosas que no se las perdono. Y tampoco le perdono que no haya hecho nada por Maradona, siendo él médico.
(ENRIQUE "Quique" WOLF, periodista y ex jugador argentino, opinando en Revista "El Gráfico" de Noviembre de 2005)
29 de noviembre de 2007
-El mes pasado, en un reportaje concedido a este medio, el periodista Gastón Recondo dijo sentirse decepcionado con usted debido a su sensación de que el club había perdido la transparencia.
-Gastón se distanció del club porque River dejó de pagarle. El cobraba 10.000 pesos por mes, en concepto de asesoramiento institucional, a través de un socio. Está toda la documentación a disposición de ustedes.
En Diciembre de 2005 el club interrumpió ese vínculo por razones económicas. A partir de esa fecha cambió la opinión de Recondo sobre la administración del club.
(JOSÉ MARÍA AGUILAR, Presidente de River Plate, en declaraciones a Periódico "El Barrio", Villa Urquiza, Bs. As., Noviembre de 2007-)
Qué va a pasar si San Lorenzo tiene un técnico que es un salame de Milán: no sabe nada de nada. Lo único que hizo en su vida fue pegar patadas. Este hombre no tiene capacidad de cambiar una situación: le hicieron tres goles en el primer tiempo y cuatro en el segundo. Y quiere dirigir a la Selección... (JOSÉ SANFILIPPO, célebre goleador del fútbol argentino, denostando a Oscar Ruggeri, por ese entonces DT de San Lorenzo tras un San Lorenzo 1-Boca Juniors 7)
28 de noviembre de 2007
Somos un país con industria automovilística, pero el patrocinador oficial es Hyundai. Somos un país cervecero, pero beberemos Budweiser. Es el poder de la FIFA, pero no es que con ese dinero se construyan bañaderas con grifos de oro. La FIFA considera que es su torneo, y lo es. El país organizador, si se quiere, es una variante, que le toca al que le toca.
(FRANZ BECKENBAUER, presidente del Comité Organizador de Alemania 2006, en declaraciones al diario "La Nación" de Argentina)
27 de noviembre de 2007
De vuelta (Hilmar Paz - Argentina)
Gianfredi, sentado en el banco de suplentes con la cabeza gacha, miraba sus botines. El partido que en los papeles pintaba para paseo, se había puesto durísimo y ya promediaba el segundo tiempo.
La pequeña cancha de los Albos estaba repleta. Era un club modesto de primera B que jamás en su historia había ganado ningún torneo, cuanto menos un campeonato oficial, y en ese partido se estaba jugando el campeonato, su primer campeonato y el consiguiente ascenso a primera división. Lo miró de reojo a Podestá, el técnico. Parecía una estatua tallada en piedra, no movía un músculo de la cara, pero se estaba jugando la ficha de su vida. Ya pisaba los sesenta, y había desfilado por más de veinte clubes de tercera y segunda de ascenso, jamás uno de primera. Nunca había obtenido algo mejor que un cuarto puesto y ahora con este modestísimo equipo tenía la gran oportunidad, tan esperada.
Para Podestá, Gianfredi no existía, le había pedido al presidente un nueve de Rosario, un pibe que la rompía y estaba de oferta, pero se le aparecieron con Gianfredi que, según los comentarios, después de despilfarrar fortunas por Europa volvía a su patria, poco menos que en silla de ruedas a robar las últimas monedas. El tiempo le había dado la razón, en los tres partidos que lo puso había decepcionado a todos.
¿Pero cómo llegué a esto? Yo, Gianfredi, ídolo en esta canchita a los diecisiete. Goleador en dos clubes grandes y aclamado en tres de los mejores equipos europeos. Tendría que ser millonario con la plata que agarré y estoy como empecé, pero viejo, escrachado, mirado con lástima, en el banco y sin chance de entrar. Galindo me aceptó el pase en blanco por dos pesos y más por política que por otra cosa. Quiso que el jugador que fui terminara la carrera en el club, durante su presidencia…
La modesta cancha con tribunas bajas de madera, hervía. La barra seguidora de siempre estaba enloquecida. Con los torsos desnudos, transpirados bajo el riguroso sol del verano porteño, no paraban de saltar, de empujar al equipo con estribillos y cánticos. Los plateístas, usualmente más circunspectos, también se habían soltado y alentaban individualmente a tal o cual jugador. También se escuchaban los gritos que llegaban de la cancha, los del equipo propio y los del rival. Aunque de los primeros, los únicos que gritaban eran el arquero, ordenando la defensa y el cinco, el vasco Altolaguirre, capitán, que les gritaba a todos. Las cámaras de TV no se perdían nada, porque el partido iba en directo, para desesperación de los cabuleros, que pensaban que la televisión era mufosa porque las veces que los habían transmitido nunca habían ganado.
¿Y estos…? Lloraron cuando me fui del club y ahora que estoy de vuelta no me aguantaron ni tres partidos. Como duelen los gritos de la hinchada cuando uno anda mal. Y las burlas. Pero tuve que aguantar, si salimos campeones voy a agarrar unos mangos que necesito. Aunque la vuelta no la voy a dar, la cara no me da para tanto, porque la verdad es que anduve para el orto, estoy hecho un desastre… y encima, achacado. Menos mal que el único que lo sabe es Gardino, amigazo el tordo y de toda la vida. Dice que no puedo jugar más, que estoy arriesgando la vida, que tengo no se que mierda en el bobo. Por suerte no se avivaron cuando me hicieron el examen de ingreso al club y el seguro de vida recién vence a fin de año. Le tuve que pedir casi de rodillas que no le avisara al tordo del club. Lo convencí diciéndole que no me iban a poner, justamente porque las veces que había entrado me había parado al empezar a sentir esa cosa jodida en el pecho y que este iba a ser mi último partido, que me dejara dar la vuelta olímpica.
El banco alrededor de Gianfredi, era un solo nervio. Todos gritaban, festejaban o lamentaban las jugadas que se iban dando. Ganaban uno a cero y con ese resultado eran campeones. Pero todos sabían como es el fútbol, y también que deberían ir ganando por tres o cuatro goles, pero la pelota no había querido entrar, los palos, el arquero rival que tenía su tarde de gloria y algún cruce milimétrico de los del fondo, lo habían impedido. ¡Uno a cero, de penal mal cobrado y gracias! Un contragolpe, un pelotazo afortunado, una pierna mal puesta dentro del área y el sueño se desvanecía.
Había que ganar, el empate no servía. Estaban a dos puntos del primero que ya había jugado su último partido, y todavía faltaban veinte minutos. Pero no los veinte minutos, del que espera a la novia, al colectivo o que lo atiendan en el banco. Veinte minutos de un partido que se va ganado por la mínima diferencia y que significa un campeonato, es decir un siglo más o menos. Y este formidable desdoblamiento del tiempo es algo que todo hincha de fútbol conoce perfectamente, sin haber leído a Einstein.
¡Que bajonazo que tengo! Lo que más me jode es el ambiente en casa. Irene no me reprocha nada, al contrario, me dice que tenemos una linda casita, tres hijos hermosos, que todavía somos jóvenes. Pero yo se que nunca la escuché, por eso estamos como estamos. Y los chicos, los varones que tan orgullosos estaban de mí. Fueron dos veces a la cancha, escucharon como me insultaban y me vieron jugar tan mal… que humillados que están. No me dicen nada, pero me esquivan la mirada. La única que me hace sentir bien es la nena. Me dijo, papá a mi no me importa que no hagas más goles, yo te quiero igual y me abraza. Me dan ganas de llorar.
Los contrarios se habían ordenado, no tenía nada que ganar ni perder, ya habían pulsado el nerviosismo de los locales. Al fin y al cabo eran el equipo del barrio vecino, eternos rivales. ¿Y que cosa más hermosa que aguarles la fiesta a esos culos rotos?, porque para ellos, solamente de culo podían estar peleando el campeonato con el equipo que tenían. Ahora manejaban la pelota con serenidad y avanzaban lentamente asegurando cada pase. El vasco Altolaguirre con la camiseta totalmente empapada, la cara enrojecida, hacía sentir su vozarrón por toda la cancha. ¡Presionen la salida, carajo! ¡Chino agarra al cuatro que se está mandando arriba!, ¡Aprieten que faltan quince!
Pobre vasco, tiene tres años menos que yo, treinta y cinco. Ya es un dinosaurio futbolístico y nunca se movió del club. Después que me fui, estuvo a punto de pasar a un club brasileño, pero no se le dio. Y se quedó para siempre aquí. Creo que es el que más se merece el campeonato. Nunca pisó una cancha de primera y Galindo que lo aprecia, como todo el mundo, ya le dijo que si salimos campeones sigue en el equipo un año más. No quiero ni pensar lo que debe estar sufriendo.
En las tribunas se percibía que la mano no venía bien, el equipo se había acortado, estaban los once en su propio campo. El Perro Sanjurjo desde el arco pedía que salieran, que presionaran arriba, pero no había caso se venía el malón y cada uno hacía lo que podía. La línea de cuatro muy retrasada optaba por esperar y reventar la pelota adonde fuera. Los dos centrales, el hacha Barroso y el burro Roldán escribían una epopeya de las defensas heroicas. Los marcadores de punta, el ciruja Gómez y el chino Domínguez, trataban de frenar las subidas de los aleros, pero se les venían también los marcadores de punta. Un poco más adelante, el vasco Altolaguirre, el ocho, el diez y los punteros trataban de robar pelotas, de desacomodar a los que la traían dominada. Solo el colorado Nielsen con el nueve en la espalda quedaba adelantado a la espera de alguna cortada salvadora. Podestá, se había levantado del banco, con las palmas de la manos abiertas, las movía rítmicamente hacia abajo pidiendo calma, que pararan la pelota. Faltaban cinco.
Como se complicó, era un partido ganado en el vestuario, pero me parece que no están para aguantar, los nervios no los dejan pensar. Es un lindo equipito, jugadores de montón, pero con un corazón y unas ganas como pocas veces vi. Lo que es andar en la mala, ni esta me va a salir. Si no salimos campeones, me van a echar como un perro y encima sin un mango… Ay, ay, ay! Quedaron a contrapié, si se la cortan al once, el vasco no lo va a poder parar.
Y salió la cortada sobre el lateral izquierdo, el once la dejó pasar y la corrió, el vasco detrás. Cuando el delantero, ya olfateando el gol, pisó el área, Sanjurjo salió desesperado a tapar, pero el once tiró la gambeta larga a la derecha y lo dejó desparramado. Arco desguarnecido, solo tenía que tocarla, pero ahí llegó el vasco en el aire con los tapones de punta y le hachó los tobillos. Penal y roja indiscutible. El vasco, no lloró camino al banco, pero su expresión de desconsuelo era indescriptible. Justamente él, que se había matado todo el año, iba a ser el responsable de la derrota y la pérdida del campeonato. Lo pateó el mismo once. Ni tomó carrera, la colocó con clase en un ángulo bajo, el perro ni se movió. Uno a uno, la gran ilusión se hacía trizas. Faltaban tres.
Podestá sin mirarlo, con esa cara opaca, gris, que no traslucía ninguna emoción, dijo: Gianfredi, caliente un poco que entra por Ordóñez… Gianfredi levantó la cabeza y quedó estático como masticando la orden. Luego se paró, elongó gemelos, cuádriceps, hizo algunos movimientos para aflojar la cintura y ensayó unos trotecitos cortos frente al banco. Cuando el cuarto árbitro, levantó el cartel luminoso con un número ocho que indicaba el cambio y Ordóñez, cabizbajo, trotó hacía el banco, Gianfredi que lo esperaba, chocó palmas con él e ingresó al campo.
Lo que faltaba, que me quieran colgar el San Benito de este desastre. Yo estuve bien puteado en los otros tres partidos, pero aquí no tengo nada que ver. Ni en mis mejores años hubiera podido hacer algo a esta altura del partido. Estoy en el banco solamente porque mi nombre en la formación podía mejorar la recaudación. Y ahora este turro de Podestá me pone porque se la ve venir. No va a faltar algún periodista poco informado que diga: “A la vista de la magnífica oportunidad desperdiciada por los Albos para obtener su primer campeonato, resulta incomprensible que en un partido de tamaña envergadura, el técnico haya decidido prescindir de un hombre con la historia y la experiencia de Gianfredi” Las veces que habré escuchado o leído este verso. Lo que quiere es que en estos dos minutos todos vean porque no me puso antes.
La tribuna local, había callado. La desazón, la angustia, el dolor que importaba un bello sueño hecho pedazos los había ganado a todos. Lo aplaudieron un poco a Ordóñez al salir pero a él, que caminaba cansinamente hacia su puesto sobre el lateral derecho. lo miraban con resignación e indiferencia. Solamente resonaba en el estadio el clásico cantito entonado, sin mucho entusiasmo, por la tribuna visitante “…se quema, se quema, se quema y se quemó, a los Albos se le queman las ganas de campeón”.
Sus compañeros tampoco parecieron enterarse de su ingreso y el comprendió que no le iban a pasar la pelota, quedaban dos minutos, la iban a manejar los más hábiles, con mejor estado físico. El tiempo seguía pasando, pero ahora en forma inversamente proporcional, con una velocidad alucinante
Los rivales estaban hechos, el objetivo se había cumplido. No valía la pena arriesgar, no fuera cosa que en la locura de la derrota alguno saliera a lastimar. Todavía había que volver al barrio. Se plantaron firmes en defensa y retrasaron el equipo, solo era cuestión de cuidarla y esperar.
Cuando algún rival avanzaba por su carril, Gianfredi intentaba marcarlo, pero no tenía velocidad, la molestia en el pecho cada vez más intensa lo tenía asustado, así que lo pasaban como poste. La hinchada le dedicaba el más cruel de los insultos: la indiferencia total.
El tiempo de juego se había cumplido, pero el árbitro había indicado dos minutos más, ya se había ido uno. Quedaban segundos. El colorado Nielsen, que era el nueve y goleador del equipo, robó una pelota en media cancha y decidió jugarse la patriada, pero comprendió que no podría pasar, tenía delante una nube de defensores, necesitaba hacer una pared. Miró, estaban todos marcados, el único destapado sobre el lateral derecho era Gianfredi, no lo pensó más, se la dio y picó a esperar la devolución cerca del área. Gianfredi, de una ojeada, entendió que la jugada era tan obvia, que el nueve no la recibiría de vuelta, y que si lo hacía, tendría tres hombres encima antes de tocarla. Amagó el pase, pero la empujó por el lateral, casi sobre la raya de cal, y corrió tras ella, el marcador de punta salió como una flecha al cruce. Con un gesto de dolor en la cara lo dejó venir, cuando lo tuvo encima enganchó hacia adentro, el otro pasó de largo. La volvió a tocar hacia adelante pero se le fue larga, si no picaba se le iba por el fondo.
¡Pero qué boludo, se me fue larga, carajo!, Si pico, la agarro y tiro el centro, pero ¿para qué?, el único que va a llegar es el colorado… ¿y cómo va a cabecear entre todos esos…?
En las tribunas, nadie respiraba, con los puños apretados seguían la jugada de Gianfredi, Cuando se le fue larga un lamento colectivo recorrió el estadio, pero de pronto, respondiendo a una inspiración superior, Gianfredi picó como en sus mejores tiempos. Llegó a la pelota a dos metros de la línea de fondo y cinco del borde del área, poco menos que un tiro de esquina. Se abrió un poco para darle bien, colocó el pié izquierdo a la altura de la pelota y sacó el derechazo, como los que saben. La calzó más bien abajo, de chanfle, con borde externo de pie derecho, tres dedos que le dicen. La pelota levantó vuelo rotando sobre si misma furiosamente hacia la derecha. El arquero intuyó que no era un centro y corrió a cubrir el primer palo. La pelota en el aire parecía dirigirse al banderín del córner, pero al pasar frente al primer palo girando y girando con un suave siseo comenzó a doblar hacia la derecha y a bajar. El arquero la miró como quien mira pasar un avión.
El mundo se paralizó, nadie respiraba en las tribunas, ni los jugadores en la cancha o en el banco, ni los que miraban por televisión, ni los relatores de radio. Nadie. El tiempo se había detenido. Solo existía una pelota de fútbol girando en el aire como un estrafalario planeta blanquinegro mientras Gianfredi con el equilibrio perdido, dando tumbos, caía dentro del área.
Miles de pupilas dilatadas, sin pestañear, la transpiración fluyendo por todos los poros, puños, dientes apretados y la pelota que rotando como un trompo, mágicamente, se cerraba y bajaba, más y más… Pegó en la parte interna del segundo palo, picó adentro del arco y se depositó mansita, pero todavía girando, junto a la red, como besándola con amor.
¡Un golazo de aquellos!
El árbitro señaló el centro de la cancha convalidando el gol. Caminó tres pasos en esa dirección levantó el brazo y pitó el fin del partido.
¡Los Albos eran campeones!
Antes que el pitazo final sonara, el mundo había explotado. En los veinte segundos que siguieron al gol, simultáneamente, ocurrieron muchas cosas. Las tribunas eran una sola catarata de cuerpos brillosos de sudor y caras desencajadas que bajaban trastabillando hacia el alambrado con un grito de gol interminable en sus gargantas. Saltando, gritando, se abrazaban unos con otros, reían, lloraban, expresando la pasión brutal del fútbol en su más cruda belleza. Los jugadores colgados del alambrado tiraban sus camisetas a la hinchada, descargando la tensión contenida durante un partido interminable, la alegría recuperada cuando ya no quedaban esperanzas.
Desde la platea un señor gordo con un sombrero piluso, que se había cansado de putearlo, gritaba frenéticamente: ¡Gianfredi, yo sabía que ibas a aparecer, ídolo! Podestá, el técnico cara de piedra, sentado en el banco ocultaba la cara entre las manos y lloraba convulsivamente como un niño toda una vida dedicada al fútbol que, por fin, había encontrado su premio. En el bullicio general una palabra era escuchada repetidamente: Gianfredi.
El estallido de gol, gritado por diez mil almas había despertado al barrio, los gorriones habían levantado vuelo y se habían abierto las ventanas. Los autos tocaban bocina, hasta las señoras jóvenes y las mayores, siempre desinteresadas por el fútbol, levantaban sonriendo sus brazos al cielo. El barrio rejuvenecía, los árboles eran más verdes, el aire se había perfumado con las flores de los jardines y hasta el vigilante de la esquina ensayaba un pasito de baile... La vida era hermosa. En la casa de Gianfredi, la nena que era la única que estaba mirando el partido había dicho hacía un rato con tono sombrío: nos empataron. Y luego: va a entrar papá. La mujer con un plato en la mano y los chicos, lentamente como al desgano, se habían acercado al televisor. Ella había lanzado el plato al aire, gritado ese gol como ningún otro en su vida y lloraba abrazada con sus hija mientras los chicos descargaban la bronca contenida gritando a la pantalla: ¡Vamos viejo todavía! y a la hinchada enfocada por la TV: ¡Puteenlo ahora, tiraculos!
En la verja del jardín se habían colgado unos chiquilines que coreaban: ¡Gian-fre-di, Gian-fre-di! Un manto de felicidad había caído sobre la barriada, el sueño se había hecho realidad. El modesto equipo que amaban porque era parte del paisaje cotidiano accedía a la primera división, por primera vez en su historia.
Todo ocurría en esos veinte segundos posteriores al gol. En la tribuna visitante, un muchacho había dicho amargamente: es increíble, estos culosrotos, campeones y un viejo le había retrucado: si, son unos culosrotos pero lo tienen a Gianfredi, entró dos minutos y ganó un campeonato, si jugaba todo el partido nos hacían nueve, es un grande, pibe. En los replay televisivos, Gianfredi comenzaba a arrancar, a enganchar, a picar, a pegarle como los dioses, así lo haría una y otra vez durante días, quizás, años.
Y también en esos veinte segundos, algunos hinchas que habían entrado al campo, ayudantes de campo, todos los jugadores titulares y suplentes, semidesnudos, los brazos en alto con el vasco Altolaguirre a la cabeza, corrían hacia Gianfredi, para abrazarlo, besarlo, levantarlo en andas y llevarlo así, a dar la vuelta olímpica.
Pero Gianfredi, no los veía ni los escuchaba venir, tendido inmóvil, con una expresión de infinita paz y una tenue sonrisa dibujada en sus labios, miraba, ya sin ver, el descolorido, amarillento pasto de la cancha de los Albos, campeones de la B.
(Un agradecimiento inmenso para el autor de este cuento, Hilmar Paz, (Negroviejo) y su generosidad al permitirme la publicación de su cuento en “Los cuentos de la pelota”)
26 de noviembre de 2007
Romario (Brasil)
Nacido el 29 de Enero de 1966 en Rio de Janeiro, bajo el nombre de Romario da Souza Faria, se crió en la favela de Jacarezinho. De pequeño, su primer amor fue una pelota y no pasó mucho tiempo en que el pequeño lograra elogiosos comentarios de los mayores por su destreza con el balón, sobretodo de los pocos seguidores del Estrelinha, equipo fundado por su padre y en el que logró sus primeros goles, hasta que en 1979 un ojeador lo acercó al Olaria para de ahí pasar rápidamente al Vasco Da Gama.
No fue fácil su llegada al Vasco en donde estuvo a prueba durante un año pues los directivos no creían en sus condiciones. Sin embargo, un campeonato juvenil en Rio de Janeiro sirvió de trampolín al pequeño delantero quien se erigió en gran figura y máximo goleador del certamen con 7 goles.
Romario obtuvo numerosos títulos en todas las categorías del club, llegó a jugar junto al gran ídolo de la hinchada cruzmaltina, Roberto “Dinamita”. Juntos formaron una dupla letal, siendo los máximos goleadores, Roberto con 12 y Romario con 11. En su primera etapa en Vasco conquistó 2 Campeonatos cariocas, en 1987 y 1988.
En 1985 debutó con la Selección juvenil de Brasil disputando el Campeonato Sudamericano de la categoría siendo máximo goleador con 5 goles. Su popularidad se potenció en Brasil durante los Juegos de Seul 88, donde se mostró a nivel internacional obteniendo nuevamente el título de máximo goleador del torneo con 7 tantos. Su ascenso fue meteórico, debutando con la selección mayor en 1987 y dos años más tarde un gol suyo le dio el título a Brasil en la final de la Copa América ante Uruguay. Una lesión en el peroné de su pierna izquierda lo dejó fuera del Mundial 1990. Cuatro años después lograba para Brasil el tetracampeonato en Estados Unidos en donde fue elegido por la FIFA como el mejor jugador de ese Mundial. En 1997 logra la Copa América.
El fútbol holandés lo lleva al Viejo Mundo en 1988 cuando el PSV pone sus ojos en él (a través de su sponsor, Philips) y se lo lleva por 6 millones de dólares. Allí conquistó 2 Copas de Holanda y 4 Campeonatos de Liga, además de ser en tres temporadas el máximo goleador del certamen.
Desde Barcelona se miraba con mucha atención las actuaciones de Romario en Holanda, y en 1993, desembarca en la ciudad Condal. Al poco tiempo se convirtió en ídolo indiscutido de la afición blaugrana en donde hizo goles de todo tipo y fue integrante de aquel legendario "Dream Team".
En la bella Barcelona logró dos títulos de Liga y fue máximo goleador del Campeonato español con 30 goles obteniendo el clásico Trofeo “Pichichi”. En Barcelona y, según sus palabras, tuvo el mejor técnico de su carrera: el célebre Johan Cruyff.
En 1995 retorna a Brasil, al Flamengo, y luego retorna a la península ibérica, Valencia, donde las lesiones y sus cruces con el D.T. Luis Aragonés jugaron en su contra. Nuevamente de regreso al Flamengo obtiene el Campeonato Carioca del 98 y el Estadual de 1999. En el año 2000 vuelve a su primer gran amor, el Vasco Da Gama, en donde fue máximo goleador del Campeonato Carioca y del Torneo Rio-Sao Paulo con 34 años de edad.
En 2002 llega a Fluminense, para pasar tiempo después al club Al Saad de Qatar por donde tuvo un breve paso para retornar al “Flu” en Junio de 2003.
Posteriormente el 10 de Noviembre de 2004, el que fuera mejor delantero del mundo en la primera mitad de los noventa recibió un merecido homenaje en el estadio “Memorial Coliseum” de Los Ángeles, en un partido que sirvió de homenaje a dos grandes del fútbol como Romario y Jorge Campos, puesto que se enfrentaron en un amistoso las Selecciones de México y Brasil, ganando esta última por 2 a 1. ¿Los goles de Brasil? Romario, obviamente…
A finales de 2004 volvió al Vasco da Gama y, en 2005, con 39 años de edad, fue máximo artillero del Campeonato Brasileño gracias a los 22 tantos que marcó durante la competición. Su siguiente destino profesional fue la Major League Soccer (MLS) estadounidense, al fichar en Abril de 2006, con el Miami FC. Durante ese mismo año, también jugó durante dos meses en el Adelaida United de Australia.
En Enero de 2007, retornó al Vasco da Gama, con el que en Mayo de ese año alcanzó la cifra de 1.000 goles convertidos a lo largo de su carrera profesional.
Hemos contado someramente sus condiciones de goleador nato dentro de una cancha, para terminar de plasmar, a través de anécdotas y frases, una personalidad que lo convierte en un digno exponente de los “Personajes” de esa página:
Anécdotas
Hay una anécdota que ha repetido en varias ocasiones Valdano y que expresa muy bien la personalidad del brasileño tanto en la cancha como fuera de ella.
Según comenta Jorge Valdano cuando tuvo a sus órdenes al brasileño en el Valencia, cada vez que Romario quería y siempre antes de los partidos, en el calentamiento se acercaba a Valdano y le apostaba una cantidad económica a que iba marcar uno o dos goles. Según palabras de Jorge siempre perdía la apuesta. Es más según el argentino, en más de una ocasión antes de los partidos daba vueltas alrededor del brasileño y Romario ese día no le comentaba nada de la apuesta y no marcaba gol.
Cuando Romario prometía algo que tenía que ver con el gol siempre lo cumplía, algo que saben muy bien en el Barcelona en donde no solo se convirtió en ídolo por sus goles sino también por su esfuerzo por el equipo. Su ex técnico, el holandés Johan Cruyff lo pinta de cuerpo entero con una frase: “Romario era el primer defensor de mi equipo”.
Un 5 de Septiembre de 1993 Romario da Souza Faria aguardaba en el viejo túnel de vestuarios del Camp Nou su estreno oficial con el Barcelona.
Andoni Zubizarreta, el arquero al que Romario llamaba de usted, siempre atento y protector, le buscó y le encontró. Como siempre, estaba el último en la fila, camino del campo, para enfrentarse a la Real Sociedad en el primer partido de la Liga. Se acercó el veterano al debutante para hablarle de Alberto, el guardameta rival. El partido estaba a punto de empezar y los jugadores ya se encontraban en el túnel de vestuarios. Zubizarreta, detallista como era, se le acercó para darle una serie de instrucciones de como jugaba el portero rival, de si le gustaba salir y demás, fue entonces cuando el carioca miró a Zubi y le espetó eso de "¿Me va a enseñar usted a meter goles?", el portero rival acabaría recogiendo tres veces la pelota del fondo de su portería.
En esa temporada Romario llegaría a 30 conquistas, una cifra menor si la comparamos con los más de 1000 goles que logró en su carrera, con 41 años cumplidos, y esa eterna vigencia goleadora.
Frases
* Luego de Pelé, estuvo Maradona. Y después de Maradona, llegué yo.
* Quien es ruin se destruye solo (criticando al técnico Wanderley Luxemburgo, quien no lo citó para los Juegos Olímpicos de Sydney 2000)
* Soy ciento por ciento infiel. Me defino como un mujeriego y, en mi apogeo de promiscuidad, llegué a acostarme con tres mujeres el mismo día.
* Nunca fui un atleta. Un atleta tiene que comer correctamente, dormir correctamente, beber correctamente, y yo no hago ninguna de esas mierdas. Yo podría haber hecho más si fuese un atleta, pero no hubiera sido tan feliz.
* Si no salgo por la noche, no marco goles.
* Un jugador tiene pocos amigos, porque en fútbol no existe la amistad verdadera.
* En Río de Janeiro tienen muchos reyes, pero Dios, sólo uno.
* Necesito el fútbol para mí, para llegar a casa con la cabeza despejada. Mi reto en el fútbol es hacerme feliz a mí mismo. El nombre del rival no me interesa.
* No soy un caballo paraguayo, más de una vez demostré que soy un pura sangre.
* Años atrás algunos decían que estaba muerto para el fútbol. La respuesta está acá... Voy a ser el segundo en alcanzar los 1000 goles.
* Yo no me muerdo la lengua, no me puedo quedar callado ante lo que me parece incorrecto (....) Para algunos eso es bueno y para otros no.
* Necesito el fútbol para mí, para llegar a casa con la cabeza despejada. Mi reto en el fútbol es hacerme feliz a mí mismo. El nombre del rival no me interesa.
Boca no es un cabaret. Un cabaret es un lugar donde hay chicas.. que se desnudan... ganan plata.... donde uno va a tomar una copa con amigos... donde muchas veces he ido...
(El "Bambino" VEIRA, técnico argentino, y su respuesta a los dichos de Diego Latorre)
24 de noviembre de 2007
Los "Galácticos" son una banda de perros asaltantes. Con el Bayer Leverkusen parecían una propaganda de Nike. Da vergüenza ajena, la verdad es que estamos viendo un rejuntado (agrupamiento de jugadores sin ton ni son). El Real Madrid fue un desastre, lamentable, el Bayer Leverkusen le hizo tres goles pero además le creó veinte situaciones de gol (DIEGO MARADONA, despachándose contra los jugadores del Real Madrid antes de un viaje a Cuba en 2004)
El ballet (Samuel Orellana - Chile)
“Fifo” Eyzaguirre va por la derecha,
“Pluto” Contreras en el aire acecha,
Sepúlveda y Navarro, los de antaño.
Braulio Musso con Marcos hacen daño:
el mediocampo azul busca una brecha.
Arriba Carlos Campos aprovecha
el tanque que le diera su tamaño.
Qué decir de Leonel a media cancha
o de Jaime Ramírez, lindo pase
que Ernesto “vieja” Álvarez convierte.
Este es el Ballet, su gloria ancha
después de muchos años no se pase
a ver si en el futuro nos da suerte.
En Chile, se utilizó el apodo de "Ballet Azul" para referirse al equipo de Universidad de Chile durante el periodo de 1959-69 debido al gran juego que mostraba dentro de la cancha.
Además, la mayor parte del plantel universitario fue usada como base de la selección nacional de Chile que logró sacar el tercer puesto en el Mundial de 1962 y luego clasificar al Mundial de Inglaterra en 1966. Debido al buen actuar de las figuras universitarias, el club fue invitado a una gira en el viejo continente, en donde incluso llegó a derrotar al Inter de Milán, campeón de Italia.
Fue Campeón de Chile en 1959, 1962, 1964, 1965, 1967 y 1969. Entre los jugadores más destacados del plantel se encontraban: Leonel Sánchez, Rubén Marcos, Luis Eyzaguirre, Ernesto Álvarez (argentino), Carlos Campos, Braulio Musso, Roberto Hodge, Manuel Astorga y Alberto Quintano.
23 de noviembre de 2007
Igualito a Beckham (Pablo Pedroso - Argentina)
El guacho era igualito a Beckham. No digo como jugador, para nada. Un queso con la pelota. Era igualito de jeta, de facha, nada más.
¿Cómo fue que cayeron de gira esos nabos a nuestro club? La verdad que nunca me enteré bien si los invitamos nosotros o se ofrecieron ellos. Supongo que fue idea del "Ronco" Mansilla, el más entusiasmado con el asunto. Ahora digo, ¿cómo no se le ocurrió organizar algo con un equipo brasilero, mexicano, o colombiano? Gente que juega al fútbol al menos. Si quería hacerse el raro o el moderno hubiera buscado un equipo holandés, pero no estos yankies rubiecitos que no saben lo que es una rabona ni nada que valga la pena.
Se armó flor de revuelo con la llegada de estos pibes. Unos días antes pintaron el club (las partes más visibles), arreglaron de una vez por todas la caldera del vestuario visitante y hasta organizaron un comité de bienvenida que los fue a recibir a Ezeiza: diez giles que seleccionó el propio Ronco entre los pocos que sabían tres o cuatro palabritas en inglés. Digo giles porque el "Ronco" los hacía quedar después de entrenamiento como una hora practicando el idioma con la vieja de Braian que casi fue maestra de inglés.
Cuando llegaron los yankies no hablaban nada en español. Bueno, sí, una palabra: “gracias”. Era lo único que sabían. Después cuando se fueron ya habían aprendido unas cuantas y entre esas aprendieron, las infaltables, las básicas: “boludo”, “pelotudo”, “concha tu hermana”; que lo decían así, todo junto: “conchatuhermana”, como si fuera una sola palabra. Los guasos les enseñaron lo peor y se cagaban de la risa de la forma en que hablaban. Ellos eran treinta, más o menos, trajeron gente para jugar contra la quinta y contra nosotros, la cuarta. Eran de Boston, Masa no sé cuanto y seguro que todos estaban cagados en guita. Ojo que no eran ningunos boludos, al contrario, algunos eran muy rápidos. Y el más rápido era el que le decíamos “Beckham”. El chabón, feliz con el apodo.
Hubo bastante gente para ver los dos primeros partidos. Arrancó la quinta ganando 2 a 0, tranquilos, y la rematamos nosotros con un 3 a 2 mentiroso. Mentiroso porque tenía que haber sido 5 a 0 mínimo pero el réferi alcahuete que nos pusieron nos anulo un par de jugadas de esas que son gol aunque te salgan más o menos y de yapa le regaló dos penales a los yankies que no existieron. En el primero cobró agarrón de Juancito Greco que sólo vio él y en el otro me cobró falta a mí sobre Beckham cuando juro que nunca saqué tan limpia una pelota. Para colmo lo pateó el puto ese de Beckham y lo gritó como si fuera la final del mundo.
Eso fue el viernes, el sábado hubo actividades de entrenamiento compartido, muy livianito, por la noche un baile en el club y el domingo la revancha. Y así fue, justamente, la revancha. Porque lo busqué todo el partido y el marica se me escapaba. El área nuestra no la pisaba ni de milagro y cuando yo subía a cabecear algún corner, él se paraba de contra o esperando el rebote. Alguna iba a tener, pensaba tratando de mantener la calma, y ahí vino. Cuando el réferi marcó la falta, a unos 6 metros del área grande, salí disparado, decidido a patear el tiro libre. Pobre Rusito no entendía nada cuando le manoteé la pelota. Se quedó medio mudo, lo aparté con el brazo y no le quedó otra chance que salirse, que dejarme el tiro libre. Acomodé la pelota, retrocedí unos cuatro pasos, los suficientes. Recién ahí levanté la mirada. Todos hubieran mirado el arco, yo no, yo quería asegurarme que Beckham todavía formaba parte de la barrera, que estaba ahí. Lo miré. Ya no tenía la sonrisa de ayer a la noche en el baile cuando todas las minitas revoloteaban a su alrededor, cuando todas le decían lo lindo que era, cuando lo encontré apretándose a Yamila, el ángel más lindo del club, tratando de meterle manos por aquí y por allá. Ahora con esas manos se protegía las bolas, se equivocó. El puntinazo me salió fuerte, muy fuerte, como esos balinazos del "Petaco" Carbonari: fulminante. Todo el tiempo tuve mis ojos puestos sobre el rostro de Beckham, sobre esa linda carita. Pude ver cómo se transformaba mientras se daba cuenta de la dirección y el destino de la pelota. Pude ver su pánico en el instante antes de recibir de lleno el pelotazo en medio de la jeta, un pelotazo seco, duro, inolvidable.
¿Igualito a Beckham dije? Ya no.
(Un agradecimiento especial a Pablo Pedroso, autor de este cuento, por su autorización para publicarlo en "Los cuentos de la pelota". Muchas gracias Pablo!!)
TATENGUES - Unión de Santa Fe (Argentina)
Fundado el 15 de Abril de 1907, el Club Atlético Unión (más conocido como Unión de Santa Fe) es un club de la provincia de Santa Fe que en 1966 ganó por primera vez el ascenso a la Primera División argentina, donde jugó allí varios años, alternando con períodos en segunda división.
Los hinchas de Unión son llamados "tatengues” pues el club tenia su sede en el centro de la ciudad de Santa Fe, y es por eso que les pusieron ese mote, que es como antiguamente se denominaba a las personas refinadas y/o de buena posición social según la jerga de la época: "Es un niño bien, un tatengue"; y que se contrapone al origen humilde de su archirrival: Colón de Santa Fe.
22 de noviembre de 2007
Estaba viendo en directo el partido del Blackburn Rovers por la televisión. Cuando vi que George (Nadh) había marcado en el primer minuto mi primera reacción fue tomar el teléfono para llamarle. Luego me di cuenta que no podía hablar con él porque estaba jugando (ADE AKINBIYI, futbolista inglés, con descendencia nigeriana)
20 de noviembre de 2007
¿Por qué a la hinchada de Boca Juniors la llaman "La Doce"?
Hace poco más de cien años, cinco chicos muy jóvenes, de 16 o 17 años, que jugaban en uno de los equipos que pululaban en la zona del puerto de Buenos Aires, estaban muy descontentos con su equipo.
Según cuenta la historia, se reunieron un sábado en la Plaza Solís del barrio de La Boca y decidieron que querían fundar un club. Es interesante, porque barajaron dos líneas de nombres. Una que tenía el sustantivo Italia, y otra donde estaba el sustantivo Boca.
Uno de ellos argumentó que Italia era cosa de los viejos, de los padres, que ellos ya no eran italianos. Entonces decidieron que iba a ser un nombre con la palabra Boca y terminaron agregándole la palabra "juniors", porque el barrio de La Boca era un barrio de mala reputación en ese momento, o ya, y pensaron que si le ponían "juniors", una palabra inglesa, iban a aminorar un poco el efecto aterrador que podía tener la mención del barrio de La Boca.
La pasión de la hinchada boquense tiene que ver con el carácter de los genoveses en el inicio del club. Es decir, que eran mucho más bullangueros y entusiastas, y pensaban que le transmitían este entusiasmo al equipo.
La primera vez que se habló de la "doce" o el jugador "número doce" fue en la gira por Europa en 1925. Hubo un hincha, que tenía un poco de plata y se pagó el pasaje, que acompañó al equipo durante estos cinco meses.
Hacía de utilero, los masajeaba, les llevaba las valijas, es decir, hacía lo que podía para hacerse tolerar. Un poco para tomarle el pelo, los jugadores comenzaron a llamarlo el jugador número doce. De ahí viene el nombre.
(extraido del libro "Boquita" de Martín Caparrós)
Si tuviera que elegir una anécdota de mi carrera, seguro que elegiría la del Mundial de 1966, en Inglaterra, en donde me expulsan injustamente (durante el partido contra el local), por eso siempre se recuerda esa expulsión.
Me expulsan a los veinte minutos del primer tiempo, por pedir el intérprete. Yo no hice ninguna falta violenta ni di ninguna patada violenta para que me expulsen.
El partido fue suspendido unos veinte minutos. Luego salí e, inconscientemente, me senté en la alfombra roja de la Reina. El palco estaba vacío, porque la Reina presenció el partido inaugural y la final de ese Mundial, nada más.
Estuve unos siete u ocho minutos sentado en la alfombra, viendo el partido. De ahí me fui para el vestuario. Cuando pasé por el banderín del córner, donde flameaba la bandera inglesa, los hinchas me tiraron chocolate. Entonces yo les retorcí la bandera y los insulté.
Ellos empezaron a tirar latas de cerveza y yo tuve que salir corriendo, porque corría peligro mi integridad física. Al otro día, tomé taxis y los taxistas no me cobraban. Fui a las grandes tiendas y se paralizaba todo, me pedían autógrafos, me pedían disculpas, porque me habían expulsado mal. El inglés es un tipo muy particular, porque quiere ganar pero quiere ganar dentro de la lógica, como corresponde (ANTONIO UBALDO RATTÍN, emblema de Boca Juniors, recordando su célebre paso por el Mundial de 1966)
19 de noviembre de 2007
Cuando Colo Colo 73’ visito nuestra ciudad, allá por el año 1994, trajo como máxima figura al famoso Carlos Caszely, sucedió un hecho poco común en un partido.
Si bien es cierto Caszely era la figura, no era menos cierto que "el cacique" traía en sus filas a otros elementos famosos como el brasileño Vasconcellos, el “Pillo” Vera, Raúl Ormeño, Hugo Gonzáles, el "Flaco" Lizardo Garrido y el "Yeyo" Hinostroza, por nombrar algunos.
Le correspondió al conjunto albo enfrentar a un combinado local, en un estadio municipal que no estaba empastado y que había sido acomodado para recibir a tan ilustre visita, ante un marco impresionante de público. Recuerdo que dirigió este encuentro el arbitro René Quezada, hombre destacado en el referato local y que precisamente se vio involucrado en una jugada del primer tiempo. Corría por el costado derecho Carritos Caszely, el rey del metro cuadrado, con su acostumbrada velocidad y astucia, cuando fue derribado violentamente por un defensor victoriense, quedando absolutamente revolcado y bastante adolorido, por lo que hizo el reclamo respectivo al referee, quien no lo tomo en cuenta y pensó que solo era teatro, a lo que Caszely replicó “no tení idea ¡conchadetumadre!” ante tal ofensa, Quezada le mostró la cartulina roja, expulsándolo del encuentro, ante la rechifla generalizada del respetable, que se quedaba sin poder ver a la figura de espectáculo, pero el juez mantuvo su decisión firmemente y el delantero albo abandono la cancha.
El alcalde de la comuna de ese entonces, Patricio Villablanca, hincha furibundo de Colo Colo y una vez finalizado el primer tiempo, tomó el micrófono y a viva voz solicito al juez del encuentro que revocara su decisión, ya que la mayoría del publico iba precisamente a ver al chino Caszely recibiendo el apoyo de todos los asistentes con un gran aplauso. Ante tal presión, al arbitro no le quedo otra, que acceder a tal petición popular y el famoso Caszely ingreso al inicio del segundo tiempo, no sin antes, darle la la mano al juez diciéndole “Tranquilo viejito, disculpa el garabato, pero es la calentura del momento, así es el fútbol, pero ahora me voy a portar bien, claro que ojo con los fierrazos que pegan los victorienses”, finalmente Colo Colo 73 ganó por cuatro goles a uno, demostrando gran calidad. Por primera vez en nuestra ciudad y probablemente en nuestro país, un jugador volvió a jugar previa intervención alcaldicia, la que contó con el absoluto y popular apoyo de todos los presentes, mas si se trataba de un equipo visitante, que al final fue local, por la gran cantidad de hinchas “colocolinos”.
“Crónicas de más de un siglo, 90 años de las Noticias” (artículo extraido del Diario "Las Noticias")
18 de noviembre de 2007
El hincha (Mempo Giardinelli - Argentina)
El 29 de Diciembre de 1968, el Club Atlético Vélez Sarsfield derrotó al Racing Club por cuatro tantos a dos. A los noventa minutos de juego, el puntero Omar Webbe marcó el cuarto gol para el equipo vencedor que, diez segundos después, se clasificaba Campeón Nacional de fútbol por primera vez en su historia. A la memoria de mi padre, que murió sin ver campeón a Vélez Sarsfield.
-¡Goooooool de Velesárfiiiiiillllllll! -gritaba Fioravanti.-¡Goooooool de Velesárfiiiiiillllllll! - gritaba Fioravanti.-¡Gol! ¡Golazo carajo, saltó Amaro Fuentes, golpeándose las rodillas frente al radiorreceptor. Había soñado con ese triunfo toda su vida. A los sesenta y cinco años, reciente jubilado de correos y todavía soltero, su existencia era lo suficientemente regular y despojada de excitaciones como para que sólo ese gol lo conmoviera, porque lo había esperado innumerables domingos, lo había imaginado y palpitado de mil modos diferentes.
Nacido en Ramos Mejía, cuando todo Ramos era adicto al entonces Club Argentinos de Vélez Sarsfield, Amaro estaba seguro de haber aprendido pronunciar ese nombre casi simultáneamente con la palabra "papá", del mismo modo que recordaba que sus primeros pasos los había dado con una pequeña pelota de trapo entre los pies, en el patio de la casona paterna, a cuatro cuadras de la estación del ferrocarril, cuando todavía existían potreros y los chicos se reunían a jugar al fútbol hasta que poco a poco, a medida que se destacaban, iban acercándose al club para alistarse en la novena división. Ya desde entonces, su vida quedó ligada a la de Vélez Sarsfield (de un modo tan definitivo que él ignoró por bastante tiempo), quizá porque todos quienes lo conocieron le auguraron un promisorio futuro futbolístico sobre todo cuando llegó a la tercera, a los diecisiete años, y era goleador del equipo; pero acaso su ligazón fue mayor al morir su padre, un mes después de que le prometieron el debut en Primera, porque tuvo que empezar a trabajar y se enroló como grumete en los barcos de la flota “Mihanovich” y dejó de jugar, con ese dolor en el alma que nunca se le fue, aunque siempre conservó en su valija la camiseta con el número nueve en la espalda, viajara donde viajara, por muchos años, y aún la tenía cuando ascendió a Primer Comisario de abordo, en los buques que hacían la línea Buenos Aires-Asunción-Buenos Aires, y también aquel día de Mayo de 1931, cuando el "Ciudad de Asunción" se descompuso en Puerto Barranqueras y debieron quedarse cinco días, y él, sin saber muy bien por qué, miró largamente esa camiseta, como despidiéndose de un muerto querido y decidió no seguir viaje, de modo que desertó y gastó sus pocos pesos en el Hotel “Chanta Cuatro”; después vendió billetes de lotería, creyó enamorarse de una prostituta brasileña que se llamaba Mara y que murió tuberculosa, trabajó como mozo en el bar La Estrella y se ganó la vida haciendo changas hasta que consiguió ese puestito en el correo, como repartidor de cartas en la bicicleta que le prestaba su jefe.Desde entonces, cada domingo implicó, para él, la obligación de seguir la campaña velezana, lo que le costó no pocos disgustos: durante casi cuarenta años debió soportar las bromas de sus amigos, de sus compañeros del correo; de la barra de La Estrella, porque en Resistencia todos eran de Boca o de River; y cada lunes la polémica lo excluía porque los jugadores de Vélez no estaban en el seleccionado, nunca encabezaban las tablas de goleadores, jamás sus arqueros eran los menos vencidos, y Cosso, goleador en el '34 y en el '35, Conde en el '54, Rugilo, guardavallas de la Selección (quien se había erigido como héroe mereciendo el apodo de "El León de Wembley"), eran sólo excepciones. La regla era la mediocridad de Vélez y lo más que podía ocurrir era que se destacara algún jugador, el que, al año siguiente, seria comprado, seguramente, por algún club grande. Y así sus ídolos pasaban a ser de Boca o de River. Y de sus amigos, de sus compañeros de barra. Claro que había retenido algunas satisfacciones: en 1953, por ejemplo, el glorioso año del subcampeonato, cuando el equipo termino encaramado al tope de la tabla, solo detrás de River. O aquellas ¿temporadas en que Zubeldía, Ferraro, Marrapodi en el arco, Avio, Conde formaban equipos más o menos exitosos. Todos ellos pasaron por la Selección Nacional: Ludovico Avio estuvo en el Mundial de Suecia, en 1958, y hasta marcó un gol contra Irlanda del Norte. Amaro había escuchado muy bien a Fioravanti, cuando relató ese partido desde el otro lado del mundo, y se imaginó a Avio vistiendo la celeste y blanca, admirado por miles y miles de rubios todos igualitos, como los chinos, pero al revés, y por eso no le importó que a Carrizo los checoslovacos le hicieran seis goles, total Carrizo era de River. Amaro podía acordarse de cada domingo de los últimos treinta y siete años porque todos habían sido iguales, sentado frente a la vieja y enorme radio, durante casi tres horas, en calzoncillos, abanicándose y tomando mate mientras se arreglaba las uñas de los pies. Entonces, no se transmitían los partidos que jugaba Vélez, sólo se mencionaba la formación del equipo, se interrumpía a Fioravanti cada vez que se convertía un gol o se iba a tirar un penal, y al final se informaba la recaudación y el resultado. Pero era suficiente. Todos los lunes a las seis menos cuarto, cuando iba hacia el correo, compraba "El Territorio" en la esquina de la Catedral y caminaba leyendo la tabla de posiciones, haciendo especulaciones sobre la ubicación de Vélez, dispuesto a soportar las bromas de sus compañeros, a escuchar los comentarios sobre las campañas de Boca o de River. Genaro Benítez, aquel cadetito que murió ahogado en el río Negro, frente al Regatas, siempre lo provocaba: -Che, Amaro, ¿por qué no te hacés hincha de Boca, eh? -Calláte, pendejo -respondía él, sin mirarlo, estoico, mientras preparaba su valija de reparto, distribuyendo las cartas calle por calle, con una mueca de resignación y tratando de pensar en que algún día Vélez obtendría el campeonato. Se imaginaba la envidia de todos, las felicitaciones, y se decía que esa sería la revancha de su vida. No le importaba que Vélez tuviera siempre más posibilidades de ir al descenso que de salir campeón.
Cada año que el equipo empezaba una buena campaña, Amaro era optimista, y se esforzaba por evitar que lo invadiera esa detestable sensación de que inexorablemente un domingo cualquiera comenzaría la debacle, la que, por supuesto, se producía y le acarreaba esas profundas depresiones, durante las cuales se sentía frustrado, se ensimismaba y dejaba de ir a La Estrella hasta que algún buen resultado lo ayudaba a reponerse. Un empate, por ejemplo, sobre todo si se lograba frente a Boca o a River, le servía de excusa para volver a la vereda de La Estrella y saludar, sonriente, como superando las miradas sobradoras, a los integrantes de la barra: Julio Candia, el Boina Blanca, el Barato Smith, Puchito Aguilar, Diosmelibre Giovanotro y tantos otros más, la mayoría bancarios o empleados públicos, solterones, viudos algunos, jubilados los menos (sólo los viejitos Ángel Festa, el que se quejaba de que en su vida nunca había ganado a la lotería, aunque jamás había comprado un billete; y Lindor Dell'Orto, el tano mujeriego que fue padre a los cincuenta y siete años y no encontró mejor nombre para su hija que Dolores, con ese apellido), pero todos solitarios, mordaces y crueles, provistos de ese humor acre que dan los años perdidos.
En ese ambiente, Amaro no desperdiciaba oportunidad de recordar la historia de Vélez. Podía hablar durante horas de la fundación del club, aquel primero de mayo de 1910, o evocar el viejo nombre, que se usó hasta el '23, y ponerse nostálgico al rememorar la antigua camiseta verde, blanca y roja, a rayas verticales, que usaron hasta el '40 y que todavía guardaba en su ropero. No le importaban las pullas, el fastidio ni los flatos orales con que todos, en La Estrella, acogían sus remembranzas. Como sucedió en el '41, cuando Vélez descendió de categoría y "Dios me libre" sentenció "Amaro, no hablés más de ese cuadrito de Primera B", y él se mantuvo en silencio durante dos años, mortificado y echándole íntimamente la culpa al cambio de camiseta, esa blanca con la ve azul, a la que odió hasta el '43, una época en la que las malas actuaciones lo sumieron en tan completa desolación que hasta dejó de ir a La Estrella los lunes, para no escuchar a sus amigos, para no verles las caras burlonas. Pero lo que más le dolía era sentirse avergonzado de Vélez. Tan deprimido estuvo esos años, que en el correo sus superiores le llamaron la atención reiteradamente, hasta que el señor Rodríguez, su jefe, comprendió la causa de su desconsuelo.
Rodríguez, hincha de Boca y hombre acostumbrado a saborear triunfos, se condolió de Amaro y le concedió una semana de vacaciones para que viajara a Buenos Aires a ver la final del campeonato de Primera B. Era un noviembre caluroso y húmedo. Amaro no bajaba a la Capital desde aquella mañana en la que abordó el "Ciudad de Asunción", rumbo al Paraguay, para su último viaje. La encontró casi desconocida, ensanchada, más alta, más cosmopolita que nunca y casi perdida aquella forma de vida provinciana de los años veinte. No se preocupó por saludar al par de tías a quienes no veía desde hacía tanto tiempo, y durante cinco días deambuló por el barrio de Liniers, recordando su niñez, rondando la cancha de Villa Luro, y el viernes anterior al partido fue a ver el entrenamiento y se quedó con la cara pegada al alambrado, deseoso de hablar con alguno de los jugadores, pero sin atreverse.
Le pareció, simplemente, que estaba en presencia de los mejores muchachos del mundo, imaginó las ilusiones de cada uno de ellos, los contempló como a buenos y tiernos jóvenes de vida sacrificada, tan enamorados de la casaca como él mismo, y supo que Vélez iba a volver a Primera A. Aquel domingo, en el Fortín, las tribunas comenzaron a llenarse a partir de las dos de la tarde, pero Amaro estuvo en la platea desde las once de la mañana. El sol le dio de frente hasta el mediodía y el partido empezó cuando le rebotaba en la nuca y él sentía que vivía uno de los momentos culminantes de su existencia. Se acordó de los muchachos del correo, de la barra de La Estrella, de todos los domingos que había pasado, tan iguales, en calzoncillos, pendiente de ese equipo que ahora estaba ante sus ojos. Le pareció que todo Resistencia aguardaba la suerte que correría Vélez esa tarde. De ninguna manera podía admitir que alguno deseara una derrota. Lo cargaban, sí, pero sabía que todos querrían que Vélez volviera jugar en la A al año siguiente. Miró el partido sin verlo, y lloró de emoción cuando el gol del chico ése, García, aseguró el triunfo y el ascenso de Vélez. Y cuando salió del estadio tenía el rostro radiante, los ojos brillosos y húmedos, las manos transpiradas y como una pelota en la garganta; pero la pucha Amaro, un tipo grande, se dijo a sí mismo, meneando la cabeza hacia los costados, y después pateó una piedra de la calle y siguió caminando rumbo a la estación, bajo el crepúsculo medio bermejo que escamoteaban los edificios, y esa misma noche tomó La Internacional hacia Resistencia. Desde entonces, cada domingo, Amaro se transportaba imaginariamente a Buenos Aires, era un hombre más en la hinchada, revivía la tarde del triunfo, se acordaba del pibe García y lo veía dominar la pelota, hacer fintas y acercarse a la valla adversaria.
Y todas las tardes, en La Estrella, cada vez que se discutía sobre fútbol, Amaro recordaba:-Un buen jugador era el pibe García. Si lo hubiesen visto. Tenía una cinturita...
O bien: -¿Una defensa bien plantada? Cuando yo estuve en Buenos Aires...Y cuando los demás reaccionaban:-¡Qué me hablan de Boca, de River, de tal o cual delantera, si ustedes nunca los vieron jugar! A medida que fueron pasando los años, Amaro Fuentes se convirtió en un perfecto solitario, aferrado a una sola ilusión y como desprendido del mundo.
La vejez pareció caérsele encima con el creciente malhumor, la debilidad de su vista, la pérdida de los dientes y esa magra jubilación que le acarreó una odiosa, fatigante artritis y el reajuste de sus ya medidos gastos. Como nunca había ahorrado dinero, ni había sentido jamás sensualidad alguna que no fuera su amor por Vélez Sarsfield, su vida continuó plena de carencias y nadie sabía de él más que lo que mostraba: su cuerpo espigado y lleno de arrugas, su pasividad, su estoicismo, su mirada lánguida y esa pasión velezana que se manifestaba en el escudito siempre prendido en la solapa del saco, más con empecinamiento que con orgullo porque carajo, decía, alguna vez se tiene que dar el campeonato, ese único sobresalto que esperaba de la vida monótona, sedentaria que llevaba y que parecía que sólo se justificaría si Vélez salía campeón. Y quizás por eso aprendió a ver la esperanza en cada partido, confiado en que su constancia tendría un premio, como si alcanzar el título fuera una cuestión personal y él no estuviera dispuesto a morir sin haberse tomado una revancha contra la adversidad porque, como se decía a sí mismo, si llevé una vida de mierda por lo menos voy a morirme saboreando una pizca de gloria. Casualidad o no, la campaña de Vélez Sarsfield en 1968 fue sorprendente.
Tras las primeras confrontaciones, Amaro intuyó que ése sería el esperado gran año. Desde poco después de la sexta fecha, la escuadra de Liniers se convirtió en la sensación del torneo, y las radios porteñas comenzaron a transmitir algunos partidos que jugaba Vélez, en los clásicos con los equipos campeones, lo que para Amaro fue una doble satisfacción, puesto que también sus amigos tenían que escuchar los relatos y sólo se sabía de Boca o de River por el comentario previo o por la síntesis final de la jornada, como antes ocurría con Vélez, y éstas si son tardes memorables, gran siete, pensaba Amaro mientras tomaba un par de pavas de mate y hasta se cortaba los callos plantales, que eran los más difíciles, confiado en que sus muchachos no lo defraudarían. Era el gran año, sin duda, y la barra de La Estrella pronto lo comprendió, de modo que todos debían recurrir al pasado para sus burlas. Pero a Amaro eso no le importaba porque le sobraban argumentos para contraatacar: los riverplatenses hacía diez años que salían subcampeones, los boquenses estaban desdibujados, y todos envidiaban a Willington, a Wehbe, a Marín, a Gallo, a Luna y a todos esos muchachos que eran sus ídolos. Goooooooool de Velesárfiiiiiilllllll!La voz de Fioravanti estiraba las vocales en el aparato y Amaro, llorando, sintió que jamás nadie había interpretado tan maravillosamente la emoción de un gol. Vélez se clasificaba, por fin, campeón nacional de fútbol, tras cumplir una campaña significativa: además de encabezar las posiciones, tenía la delantera más positiva, la defensa menos batida, y Carone y Wehbe estaban al tope de la tabla de goleadores. Pocos segundos después de ese cuarto gol, cuando Fioravanti anunció la finalización del partido, Amaro estaba de pie, lanzando trompadas al aire, dando saltitos y emitiendo discretos alaridos. Dio la tan jurada vuelta olímpica alrededor de la mesa, corrió hacia el ropero, eligió la corbata con los colores de Vélez y su mejor traje y salió a la calle, harto de ver todos los años, para esa época, las caravanas de hinchas de los cuadros grandes, que recorrían la ciudad en automóviles, cantando, tocando bocinas y agitando banderas. Caminó resueltamente hacia la plaza, mientras el crepúsculo se insinuaba sobre los lapachos y las cigarras entonaban sus últimas canciones vespertinas, y frente a la iglesia se acercó a la parada de taxis, eligió el mejor coche, un Rambler nuevito, y subió a él con la suficiencia de un ejecutivo que acaba de firmar un importante contrato.
-Hola, Amaro -saludó el taxista, dejando el diario.
-A recorrer la ciudad, Juan, y tocando bocina -ordenó Amaro-.
Vélez salió campeón.
Bajó los cristales de las ventanillas, extrajo el banderín del bolsillo del saco y empezó a agitarlo al viento, en silencio, con una sonrisa emocionada y el corazón galopándole en el pecho, sin importarle que la solitaria bocina desentonara, casi afónica, con el atardecer, y sin reparar siquiera en el reloj que marcaba la sucesión de fichas que le costaría el aguinaldo, pero carajo, se justificó, el campeonato me ha costado una espera de toda la vida y los muchachos de Vélez, en todo caso, se merecen este homenaje a mil kilómetros de distancia. Cuando llegaron a la cuadra de La Estrella, Amaro vio que la barra estaba en la vereda, ya organizada la larga mesa de habitués que los domingos al anochecer se reunían para comentar la jornada. Y vio también que cuando descubrieron al Rambler en la esquina, con la solitaria banderita asomándose por la ventanilla se pusieron todos de pie y empezaron a aplaudir.
Más despacio, Juan, pero sin detenernos -dijo Amaro mientras se esforzaba por contener esas lágrimas que resbalaban por sus mejillas, libremente, como gotas de lluvia, y lo aplausos de la barra de La Estrella se tornaban más vigorosos y sonoros, como si supieran que debían llenar la tarde de Diciembre sólo para Amaro Fuentes, el amigo que había dedicado su vida a esperar un campeonato, y hasta alguno gritó ¡Viva Vélez Carajo! y Amaro ya no pudo contenerse y le pidió al chofer que lo llevara hasta su casa. Dejó colgado el banderín en el picaporte del lado de afuera, y entró en silencio. Hacía unos minutos que su corazón se agitaba desusadamente. Un cierto dolor parecía golpearle el pecho desde adentro. Amaro supo que necesitaba acostarse. Lo hizo, sin desvestirse, y encendió la radio a todo volumen. Un equipo de periodistas desde Buenos Aires, relataba las alternativas de los festejos en las calles de Liniers.
Amaro suspiró y enseguida sintió ese golpe seco en el pecho. Abrió los ojos, mientras intentaba aspirar el aire que se le acababa, pero sólo alcanzó a ver que lo muebles se esfumaban, justo en el momento en que el mundo entero se llamaba Vélez Sarsfield.
Un agradecimiento inmenso al maestro Mempo Giardinelli por tener la generosidad de permitirme colgar este cuento que, a mi modesto entender, es el más hermoso cuento de fútbol que alguna vez haya leído. Es un honor tenerlo en "Los cuentos de la pelota". Gracias Mempo!!!
17 de noviembre de 2007
Garrincha (Manuel Picón - Uruguay)
Lo lleva atado al pie como una luna atada al flanco de un jinete
lo juega sin saber que juega el sentimiento de una muchedumbre
y le pega tan suave, tan corto, tan bello
que el balón es palomo de comba en el vuelo
y lo toca tan justo, tan leve, tan quedo
que lo limpia de barro y lo cuelga del cielo
y se estremece la gente, y le ovaciona la gente.
Lo lleva unido al pie como un equilibrista unido va a la muerte
lo esconde y no se ve, le infunde magia y vida y luego lo devuelve
y se escapa, lo engaña, lo deja, lo quiere
y el balón le persigue, le cela, le hiere
y se juntan y danzan y gritan, la siente
y se abrazan y ruedan por entre las redes
y se estremece la gente, y le ovaciona la gente.
Quién se llevó de pronto la multitud
quién le robó de pronto la juventud
quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón
quién le enredó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón.
Quién le llenó su copa en la soledad
quién lo empujó de golpe a la realidad
quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez
quién le gritó en la cara usted no es nada ya no es usted.
Al último balón lo para contra el pecho y junto al pie lo duerme
lo mira y sólo ve cenizas del amor que estremeció a la gente
y lo pierde en la hierba, lo deja, lo olvida
no lo quiere, le teme, no puede, no atina
y se siente de nuevo enterrado en la vida
y el balón se le escapa entre insultos y risas
y se enfurece la gente, y le abuchea la gente.
Quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón
quién le enredó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón
quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez
quién le gritó en la cara usted no es nada ya no es usted.
Manuel Picón