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El descubrimiento (Anónimo - Uruguay)

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Cuando le regalaron un cuaderno y lápices de colores, Rogelio sintió que algo como las mágicas palabras de la abuela se desprendía de los lápices en contacto con la hoja blanca.

Los colores llenaban y sobrepasaban las líneas haciendo surgir caballos, pájaros y leones. Cada animal se formaba de los colores que le dictaba la memoria.
Tanto como dibujar, a Rogelio le gustaba jugar a la pelota. Así que dibujó bien grande, a toda página, una pelota de cuero.

Anduvo algunos días con el cuaderno, agregando y combinando colores.

Se animó a poner alas a los caballos y penachos a los leones. Probó a mirar su cuaderno de noche, a la luz de la lámpara, y vio que no podía sorprender a los dibujos separados de los colores. Una vez que se pegan, permanecen en las cosas.
Con una pelota de goma, y los días de suerte con una de cuero, Rogelio jugaba “picados” que duraban hasta un número determinado de goles.

Por más largos que fueran los partidos, siempre surgían motivos para ofrecer y aceptar revancha.

Los más peleados era cuando se formaban los equipos según se fuera de un cuadro u otro de Montevideo. Entonces, los feroces gritos le parecían tan inexplicables, como su padre pegado a la radio, escuchando los partidos los domingos de tarde.

Él era de los gurises más chicos, y hoy pateaba para un lado y mañana para otro.
Pero después de un día de esos que jugaron hasta no ver más la pelota, a la luz de la lámpara del comedor y mientras esperaba que la madre trajera la comida, Rogelio dibujó caballos azules, blancos y rojos.

Leones blancos, azules y rojos.

Pájaros rojos, blancos y azules.

Y vio que quedaban más alegres y luminosos. Y a una pelota le puso también esos colores.

Se imaginó que cuando jugaba su pantalón debería ser siempre azul y su camiseta blanca. En el bolsillo unas letras rojas.

Y sintió en su pecho algo incontenible, como cuando hacía un gol.

Inédito: Mayo de 1999, en el año del Centenario del Club Nacional de Football

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